por Enrique Alejandro Godoy
Dos ángeles músicos al órgano (uno pulsa las teclas mientras que el otro acciona los fuelles);
esta escena, esculpida en alto relieve, puede verse en las ruinas del pueblo de Trinidad.
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1. Introducción
En el
siglo XVII, los jesuitas organizaron tierras de misión, de las cuales las del
Paraguay llegaron a ser las más célebres de toda Hispanoamérica. Estas
abarcaban el sur del Paraguay actual, noreste de Argentina y el sur del Brasil.
Constituyeron estas poblaciones o “reducciones” una especie de imperio
teocrático, que se extinguió poco después de la partida de sus fundadores,
expulsados por Carlos III en 1767.
Entre
las herramientas que utilizaron los misioneros para convertir a los indios al
catolicismo, tuvo especial predilección la música; y el órgano -el más noble de todos, el fundamento de (…)
toda música en general- fue el instrumento que más popularidad alcanzó en
las reducciones.
El P.
Jaime Oliver confirma la existencia de órganos en los pueblos guaraníes desde
mediados o fines del siglo XVII.
Compartimos
el criterio de Waldemar Axel Roldán en cuanto a que “si bien los testimonios de
primera mano pueden contener errores, hasta el momento, son los que ofrecen
mayor garantía de confiabilidad aun cuando quede en ellos la intencionalidad de
los hombres que los promovieron”.
Por
ello, en las líneas que siguen, y
apoyándonos siempre en las referencias históricas brindadas por los mismos
sacerdotes de la Compañía de Jesús, intentaremos reflexionar sobre los
escasísimos datos técnicos conservados de los órganos que, se sabe, existían en gran número
en las reducciones, colegios, estancias, etc., que se hallaban bajo su
dirección.
En los primeros tiempos, los
Padres Provinciales mandaron traer desde Europa varios instrumentos. Algunos de
estos órganos fueron replicados por los indígenas, habilidosos copistas, con
notable maestría.
Más tarde, algunos de los
sacerdotes que llegaron a fines del siglo XVII y primera mitad del XVIII,
gracias a sus conocimientos y -sobretodo- a su innata habilidad, pudieron
llegar a fabricar sus propios instrumentos en los talleres que ellos mismos
montaron en las misiones y enseñaron así su arte a los indios, quienes
continuaron fabricando órganos y todo tipo de instrumentos musicales, incluso
luego de la expulsión de la orden jesuita.
Entre
estos misioneros destacan las figuras de Anton Sepp y Martin Schmid.
A ambos
les fue encomendada la misma tarea: organizar la música en las reducciones. El
primero fundó la escuela de música del pueblo de Yapeyú, en la ribera del río
Uruguay, la cual llegó a ser célebre, y cuya fama trascendió la vida misma de
su fundador; el segundo, tirolés al igual que Sepp, estableció escuelas
musicales y talleres de fabricación de instrumentos en las misiones
chiquitanas.
Tanto
Sepp como Schmid llegaron a construir órganos, más por obediencia y por
necesidad que por virtud.
También
nos ocuparemos de la enorme figura de Domenico Zipoli, el compositor y
organista más importante que haya vivido jamás en estas tierras. Sus obras eran
copiadas y enviadas a todas las reducciones de la Provincia Paracuaria, e
incluso llegaron a enviarse a lugares tan remotos del Virreinato como Potosí o
Lima. Algunas de las piezas de Zipoli fueron copiadas -con toda seguridad- por
Schmid a su paso por Córdoba y llegaron así a ser interpretadas, en forma ininterrumpida
desde entonces y hasta el día de hoy, en las misiones chiquitanas.
Por
último, pondremos nuestra atención sobre los vestigios sobrevivientes y los
instrumentos -existentes aún- que más se aproximan a los órganos que debieron
llenar las naves de las iglesias jesuitas durante su misión en tierra
sudamericana.
En todo caso, el fin último de
estas líneas es intentar establecer el tipo de instrumento para el cual fueron
concebidas las obras de teclado incluidas en este libro.
2. El Padre Antonio Sepp (1655-1733) y su actividad como organero
El padre jesuita tirolés Antonio
Sepp arribó a Buenos Aires en 1691. A poco de su llegada a estas tierras,
escribía con referencia a la formación de los indígenas: “ya nuestros
antecesores han enseñado a esta gente -por lo demás muy sencilla pero muy hábil
para practicar- no sólo la religión sino también a hacer su pan, comida y
vestido, a pintar, fundir campanas, fabricar órganos e instrumentos músicos”.
Luego de permanecer unos días en
el Colegio jesuítico de aquella ciudad, partió para la reducción de los Tres
Reyes Magos, llamada Yapeyú por los indios. Un año después, había formado entre
otros músicos ya a cuatro organistas.
Si Yapeyú se convierte en el
siglo XVIII en un importante centro de la fabricación de instrumentos
musicales, es por mérito del padre Sepp quien, según Matías Strobel “fue el
primero que introdujo allí las arpas, trompetas, trombones, zampoñas, clarines
y el órgano, conquistando con eso renombre imperecedero”.
En el
capítulo V de su “Relación de Viaje” (1696), el padre Sepp anota con respecto a
Yapeyú: “Tenemos dos órganos, de los cuales uno fue traído de Europa, mientras el
otro ha sido hecho por los indios tan idénticamente, que al principio yo mismo
me confundí, tomando el indígena por el europeo”.
En el capítulo XXXIV de su
“Continuación de las Labores Apostólicas” (1701), Sepp escribe: “en el pueblo
de Santo Tomás encontré a un músico que (…) no sólo repara viejos órganos sino
que construye nuevos”.
En otro capítulo, en este caso el
número I se la Segunda Parte, Sepp describe cómo la Santa Obediencia le ordena
abandonar el pueblo de los Tres Reyes Magos para construir un órgano al estilo
europeo:
“Ya había
trabajado tres años en la viña de los Tres Reyes Magos; había escardado,
plantado e injertado. Pero también de otros viñedos más remotos los viñadores
apostólicos me mandaban gajos para que los transportara entre mis viejas y
fértiles cepas; así producirían en lo futuro el mismo delicioso zumo de la vid.
Para ser más preciso, había fundado en mi pueblo una escuela de música y
enseñado con gran empeño durante tres años, no solamente a mis indios, sino
también a los de otros pueblos. Me los enviaban hasta de las más remotas
reducciones para que los instruyera no sólo en el canto sino también en la
música instrumental. Les enseñaba a tocar el órgano, el arpa (la de dos coros
de cuerdas), la tiorba, la guitarra, el violín, la chirimía y la trompeta. Es
más, los he familiarizado también con el dulce salterio, y no sólo aprendieron
a tocarlo, sino al final también a construirlo, como también otros
instrumentos. En varias reducciones existen, hoy día, maestros indios que saben
hacer de la vibrante madera de cedro un arpa de David, clavicordios, chirimías,
fagotes y flautas: mis herreros han aprendido a fabricar los taladros que se
necesitan para hacer las aberturas acústicas de los instrumentos de viento.
Sólo el más
noble de todos, el fundamento de todos los instrumentos de arco o toda música
en general, es decir un buen órgano, nos faltaba aún. Es cierto que los barcos
que llegaron de España en el año 1700 trajeron un gran órgano a Buenos Aires,
que había sido construido en los Países Bajos y costaba allí 1.000 táleros,
pero aquí 5.000. Mas este instrumento no llegó hasta las reducciones, sino que
quedó en el Colegio de Buenos Aires y nosotros nos quedamos con las ganas. Dado
que carecíamos, pues, de un buen órgano para pregonar en nuestras iglesias la
alabanza de Dios entre los pobres indios, el R. P. Provincial Lauro Núñez me
dio la orden de construir uno al modo europeo. En mi pueblo de los Tres Reyes
Magos no pude realizar el trabajo, pues carecía del material necesario; en
cambio el Padre Francisco de Acevedo, en su reducción de Itapua, disponía de
una cantidad considerable de plomo, estaño y alambre, todo lo que se necesita
mayormente para construir un órgano. Fue necesario así que me mudara a Itapua
para comenzar la obra, y de este modo me hice constructor de órganos, más bien
por ciega obediencia que sobre la base de mis facultades.
El Padre
Francisco Acevedo me dio muchas fuentes de peltre que él había comprado a
españoles de aquí alrededor para fundirlas, pues otra clase de estaño no había;
pero igual no alcanzaba para los grandes tubos principales y los bordones de 16
pies que se usan para los tonos bajos. Mi nuevo órgano no debía ser más grande
que el de la sala de la Congregación de Ingolstadt, pero aún así no había
suficiente estaño para fundir los tubos grandes. Entonces hice de necesidad
virtud: tomé la mejor madera de cedro, la cual aquí abunda, la hice cortar en
delgadas hojas, a las que uní y pegué con cola sobre un fino pergamino: les di
altura, grosor y tamaño correspondientes y les desaté así la lengua. ¡ Oh
milagro !, los cedros, antes secos y mudos, comenzaron a tintinear, a vibrar y
a retumbar de tal manera que los misioneros y los indios en conjunto dieron un
grito de asombro: “¡ Victoria, victoria, Padre Antonio!”.
Así se
expresan los españoles cuando quieren felicitarle a uno, como en latín se dice ¡ Vivat, Vivat ! Lo que más asombro les
causó fue que vieron la madera de cedro, antes muda, asumir un lugar en el
órgano y la escucharon competir con los sonidos agudos de los tubos de estaño,
cual de los dos vibraba y retumbaba con más fuerza. Jamás se había escuchado
algo semejante en Paracuaria.
Además no
podían entender cómo también los toscos y gordos pies podían servir para tocar
el órgano cual fieles compañeros que la naturaleza previsora dio a las manos.
Al ver cómo yo hacía cantar el metal fundido y la fina madera de cedro tan
vigorosamente con manos y pies, menearon la cabeza con asombro, pues no
alcanzaban a entender cómo hacía para transmitir el hálito de vida a la tubería
y la hacía hablar con los pies. Pero cuando más tarde les enseñé los alambres
de hierro ocultos y comunicados con la cámara de aire, elogiaron y ponderaron
la tubería viviente y vibrante: no conocían nada semejante en este país. Sobre
todo admiraron los registros que servían para disminuir y aumentar el volumen
del sonido a su plena potencia. Este órgano tenía además la ventaja de que su
templadura concordaba con la de las cornetas, y por consiguiente también con la
de las trompetas, fagotes y chirimías, lo que es de suma importancia. Los
expertos organistas europeos saben apreciar esta ventaja. Así tenemos ahora un
buen órgano que he construido con el aporte de mi pueblo y a la manera europea,
el cual alaba y glorifica a los Tres Reyes Magos en nuestra iglesia hasta el
día de hoy”.
En este
último relato, la frase “sólo el más noble de todos, el fundamento de todos los
instrumentos de arco o toda música en general, es decir un buen órgano, nos
faltaba aún” parece contradecir las palabras del propio Sepp vertidas en el
capítulo V de su “Relación de Viaje” en dónde él comentaba que a su llegada al
pueblo de los Tres Reyes Magos se había encontrado con dos órganos, uno europeo
y otro copiado de aquel por los indios.
Creemos
que en realidad Sepp no está diciendo ahora que en su pueblo faltaba el órgano,
sino que este carecía de un “buen órgano”. Con esto da a entender que los dos
órganos existentes en Yapeyú con anterioridad al año de 1694 no eran buenos.
Al
parecer, el órgano construido por Sepp en la reducción de Itapua, y que luego
fue llevado y montado en la iglesia del pueblo de Yapeyú, contaba con pedalera
y esta tenía -al menos- un registro propio: un Bordón de 16 pies. Suponemos
que, por lo demás, el instrumento contaría con cinco o seis registros:
probablemente una pirámide de principales desde su base de 8 pies hasta un
lleno.
A la
expulsión de los jesuitas, decretada en 1767, aún aparecía inventariado un
órgano en la iglesia del pueblo de los Tres Reyes Magos, más no hay forma de
saber si era o no el construido por el Padre Sepp.
Al
final de su “Continuación …” Sepp nos deja una noticia sobre las entonces
recientemente fundadas reducciones chiquitanas.
En el capítulo XXXVI de este
libro, dice:
“Sobre todo
quisiera informar al lector sobre una misión enteramente nueva en el territorio
de naciones populosas, recién convertidas y hasta hace poco casi desconocidas,
donde hemos fundado ya cinco reducciones. Me refiero
a las tribus que los españoles llaman “chiquitos”, es decir, enanos, que viven
en una zona vecina a Perú, a 500 millas de distancia de Paracuaria. El primer
apóstol de estos indios paganos, R. P. José de Arce, quien les descubrió, y
fundó los cinco pueblos, ha llegado hace poco a mi reducción de San Juan Bautista
para visitarme, es decir el día 8 de agosto de 1701.
Me contó
detalladamente el desarrollo feliz de esta misión, diciendo que en aquella
región se podrían descubrir cada día nuevos pueblos inclinados a someterse al
dulce yugo de Cristo si hubiera el número suficiente de misioneros. Se puede
decir así con Cristo (Evangelio según
San Lucas, cap. X): Messis quidem multa,
operarii autem pauci, “la siembra está amarilla y madura para la siega,
pero los segadores faltan”. Rogate ergo
Dominum, pedid por lo tanto al Señor de las cosechas que no envíe más gente
a Paracuaria. Espero poder redactar próximamente un informe verídico sobre la
nueva misión del R. P. José de Arce en el territorio de los chiquitos y sobre
la fundación de las primeras cinco reducciones cuyo número debe multiplicarse,
para que miles y miles de paganos puedan ser bautizados. Enviaré el manuscrito
con el próximo barco a Europa.
Lamento no
poder participar personalmente en la nueva obra catequista, pues tengo mucho
que hacer en mi pueblo. Pero trato de ayudar a los misioneros de allá
enviándoles algunas dádivas, por ejemplo aproximadamente mil varas de tela fina
de algodón y regalos de diversas mercaderías europeas como agujas, alfileres,
cuchillos, anzuelos, etcétera. Hace seis meses que mis pintores hicieron tres
retablos: uno de San Francisco Javier, el apóstol de la India, para la aldea
que lleva su nombre, el otro para San Rafael y el tercero para el altar mayor
de la nueva iglesia de Jesús María José. Les he ya despachado a las tres reducciones.”
3. Doménico Zipoli (1688-1726) en el Río de la Plata
En 1717 arriba a Buenos Aires la
figura más destacada del extraordinario florecimiento musical en las misiones
jesuíticas: el Hermano Domenico Zipoli (1688-1726) nacido en Prato, Toscana.
En 1716, Zipoli accede al puesto
de organista de la iglesia del Iesú de Roma; ese mismo año publica sus “Sonate
D´Intavolatura per Organo e Cimbalo”, mas, “cuando podía esperarse de él cosas
mayores, lo sacrificó todo por la salvación de los indios, y se embarcó para el
Paraguay”, escribía su compañero de viaje el padre Lozano.
Previamente, permaneció Zipoli
nueve meses en Sevilla, en donde le fue ofrecido el puesto de Maestro de
Capilla de la Catedral de aquella ciudad, puesto que rehusó pues su vocación lo
llamaba al nuevo mundo.
Luego de realizar un descanso de
quince días en el Colegio de la Compañía de Buenos Aires, partió hacia la
ciudad de Córdoba en lenta carreta de bueyes. Al francés Berger sucedió el
italiano Anesanti, y a éste, Domenico Zipoli, en el puesto de organista de la
iglesia de los Jesuitas de aquella localidad.
De su ilustre actuación en
Córdoba, quedan los numerosos comentarios de sus compañeros de Orden; en un
memorial del Padre Provincial Laurencio Rillo, del 20 de marzo de 1728, leemos
un párrafo dedicado, seguramente, a un discípulo del gran organista romano:
“Aplíquese al órgano un Yndio llamado Joseph que aprendió en Córdova, de suerte
que esta sea su quotidiana, continua y principal ocupación, y enseñe algún otro
muchacho, y si hechare menos los papeles del Hno. Zipoli se podrá enviar a
alguien que los traslade en el Yapeyú, en donde se le prestarán con
liberalidad”.
Memorial del P. Laurencio Rillo del 20 de marzo de 1728 |
A los seis años de la muerte del
músico, visitó el Padre Provincial Jerónimo Herrán el pueblo guaranítico de
Santiago y, a 20 de febrero de 1732, dejaba esta lineas en su memorial:
“Procúrese mejorar la música, que está muy falta de voces, especialmente de
tiples, y de buenos instrumentos, y se atenderá a que aprendan y se ejerciten
en las músicas del Hermano Domingo Zipoli, por ser las mejores”.
El Padre Julián Knogler, que fue
en 1750 a la reducción chiquitana de San Javier, destaca que Zipoli, en su
empeño por embellecer los oficios divinos con su arte, “se acomodó a las
circunstancias” y elogia sus composiciones por ser fáciles pero agradables al
oído, y “adecuadas para esta gente”.
El Padre Lozano, célebre
historiador que conoció personalmente a Zipoli, escribe a mediados del siglo
XVIII:
“Entre los
estudiantes, el primero que pagó tributo a la naturaleza en 1726 fue Domingo
Zipoli, natural de Prato, en la Etruria, habiendo ya terminado los tres años de
teología pero no ordenado aún sacerdote, por no haber obispo para ordenar. Era
peritísimo en la música, como lo demuestra un pequeño libro que dio a luz. (…)
Dio gran solemnidad a las fiestas religiosas mediante la música, con no pequeño
placer así de los españoles como de los neófitos, y todo ello sin descuidar los
estudios en lo que hizo no pocos progresos, así en el estudio de la filosofía
como en el de la teología. Enorme era la multitud de gentes que iba a nuestra
iglesia con el deseo de oírle tocar tan hermosamente.”
Nota necrológica sobre Domenico Zipoli |
El Padre Peramás decía, a fines
del siglo XVIII: “Las vísperas duraban casi toda la tarde, eran muy del gusto
de las religiones todas que asistían, principalmente cuando vivía el
compositor, que era un hermano nuestro, teólogo, llamado Zipoli, maestro que
fue en el Colegio Romano, de donde pasó a nuestra provincia”.
El mismo P. Peramás escribía en
Faenza, en 1793, es decir, sesenta y siete años después del fallecimiento de
Zipoli:
“En aquellas
ciudades no había otra música que la de los siervos de los jesuitas. Habían ido
a la Provincia desde Europa algunos sacerdotes excelentes en aquel arte,
quienes enseñaron a los indios en los pueblos a cantar, y a los negros del
Colegio a tañer instrumentos sonoros. Pero nadie en esto fue más ilustre, ni
más cosas llevó a cabo, que Domenico Zipoli, otrora músico romano, a cuya
armonía perfecta nada más dulce ni más trabajado podía anteponerse.
Mas, mientras
componía diferentes composiciones para el Templo (que desde la misma ciudad
principal de la América Meridional, Lima, le eran pedidas, enviándose a través
de grandes distancias con mensajeros especiales) y mientras juntamente se
dedicaba a los estudios más serios de las letras, murió con gran sentimiento de
todos; y en verdad, que quien haya oído una sola vez algo de la música de
Zipoli, apenas habrá alguna otra cosa que le agrade: algo así como si al que
come miel, se le hace comer algún otro manjar y le resulta entonces molesto y
no le agrada. Murió en Córdoba del Tucumán en 1726. Quedan de él sus obras”
Efectivamente, muchas de las
obras que se hallaron hace ya algunos años en los archivos de las ciudades de
Sucre y Concepción (Chiquitos) en Bolivia, son de su inequívoca autoría; otras,
en cambio, deben catalogarse como anónimas, a pesar de llevar el sello musical
de Zipoli.
Primera página de la Misa en Fa de Zipoli hallada en el archivo del ABNB (Sucre, Bolivia)
Nótese que lleva la inscripción “Se copió en Potossí / El Año de 1784”
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En lo que respecta a la música
para teclado, si bien no se especifica el autor, se hallan intercaladas en los
volúmenes algunas obras de Zipoli correspondientes a sus “Sonate” de Roma.
Llama la atención cómo algunas de estas obras varían notablemente respecto de
su versión romana, respondiendo esto, sin duda, a una simplificación de la
dificultad de ejecución a los fines didácticos.
Recordando las palabras del Padre
Knogler, es evidente que Zipoli “se acomodó a las circunstancias” facilitando la
interpretación de sus composiciones y haciéndolas de ese modo más “adecuadas
para esta gente”, es decir los indios de las reducciones y los esclavos negros
de los colegios, a quienes -en definitiva- iban destinadas sus obras.
Lamentablemente, poco se sabe
sobre los instrumento que Zipoli debió de tañer en suelo americano.
El primero cuyas teclas pulsó,
debe haber sido el órgano flamenco que, según Sepp, arribó a Buenos Aires el
año de 1700 y que fuera instalado en la iglesia del Colegio de esta ciudad.
Ya en Córdoba, Zipoli debió
disponer de un buen órgano en la iglesia del Colegio Máximo de aquella ciudad,
donde -según palabras del P. Lozano- “enorme era la multitud de gentes que iba
(…) con el deseo de oírle tocar tan hermosamente”.
Ya que el Hermano Domingo Zipoli
permaneció unos ocho años en Córdoba, es de suponer que debió de tañer otros
instrumentos, además del que se hallaba en el Colegio Máximo. Por ejemplo, se
sabe que el Colegio de Montserrat poseía, en 1767, dos órganos portátiles, y
hasta en la Ranchería de la Candelaria, dependiente de dicho Colegio, debió de
haber un órgano, ya que en 1772 uno de sus moradores “Pedro, organista, de 40
años, fue vendido a Gaspar Salcedo”. Hasta la reducción de San Francisco de Río
Cuarto, según declaraba el señor Alcalde a 29 de noviembre de 1774, tenía un
órgano en su iglesia, pero en 1770 el organista fugó y el órgano quedó
huérfano. Por ser más fácil se empeñaba el señor Cura Ferreira en que dos
indiecitos aprendieran a tocar.
La Catedral de Córdoba tuvo en el
siglo XVII varios organistas distinguidos tales como Andrés Pérez de Arce,
Salvador López de Melo y Francisco de Alba. Hacia fines del siglo XVIII se
hallaba al servicio de esta iglesia “un mulato, Mateo, organista, como de 40
años”. Además, era un negro, José Teodoro, quien tocaba el órgano en San
francisco, en 1777, y era un esclavo del organista de la Iglesia de la Merced,
en 1783.
Al parecer, también había órganos
en las capillas de las estancias jesuíticas que se hallaban en las cercanías de
la ciudad de Córdoba; así, por ejemplo, se conservaba -al menos hasta el año
1946- un instrumento en una de ellas. En aquel año, el P. Guillermo Furlong S.
J. daba esta noticia: “fuera del órgano de la Iglesia de Alta Gracia no
conocemos instrumento alguno musical de origen guaraní que haya llegado hasta
nosotros”. Desgraciadamente, hoy día ese órgano ya no existe.
4. El Padre Martin
Schmid (1694-1772) en Córdoba
El Padre Martin Schmid, nacido en
Baar (Suiza) en 1694, ingresó al noviciado en 1717 y en 1726 fue destinado a la
Provincia Paracuaria. Llegó al Río de la Plata el 19 de abril de 1729 y después
de una breve estadía en Buenos Aires, fue enviado a las misiones de Chiquitos
con el encargo de sus superiores de organizar allí la música.
El P. Schmid, en su viaje de
Buenos Aires a la chiquitanía, realizó un descanso de dos meses en Córdoba, de
fines de julio a fines de septiembre de aquel mismo año.
El Colegio Jesuítico de aquella
ciudad era el más grande de la Provincia Paracuaria, más de cien personas
vivían en él. Sus estancias eran mucho más extensas que las del Colegio de
Buenos Aires y el número de sus esclavos pasaba los mil.
Los papeles de música del Hermano
Domenico Zipoli estaban allí, y sin duda el Padre Schmid debe haber aprovechado
su tiempo copiando las obras de éste y de otros autores.
El P. Julián Knogler, que fue
veinte años más tarde que Schmid al pueblo de San Javier, relata que se
cantaban sobre todo composiciones de un Hermano, quien, antes de entrar en la
Compañía de Jesús había sido “uno de los más famosos organistas de Roma”; no
dice su nombre, pero ya sabemos de quien se trata.
El P. Peramás, en su biografía
del P. Mesner, colaborador de Schmid, dice que éste copiaba los papeles de
música que el padre Schmid le entregaba, y menciona luego el material “traído
del centro de la Provincia”, es decir, de Córdoba.
5. Schmid en Potosí; encargo de un órgano con destino a la Chiquitanía
A su
paso por la ciudad de Potosí, entre los meses de febrero y abril de 1730, el P.
Schmid encargó -conforme a las instrucciones del Padre Provincial- un órgano de
seis registros para llevar consigo a las misiones chiquitanas.
“Como las
reducciones chiquitanas, a las cuales somos enviados, no tienen todavía órganos
y los habitantes saben poco del arte musical, me hice construir aquí, conforme a las instrucciones del Padre Provincial,
un órgano de seis registros que voy a llevar conmigo. Tengo orden de dar
lecciones de música a los indios, pues la experiencia enseña que la música no
solo ayuda a convertir a los infieles, sino que contribuye también para
educarlos en una mayor constancia y fervor religiosos”. Carta enviada desde Chuquisaca,
el 18 de mayo de 1730 al Hermano Francisco Silvano en Baar.
No cabe
duda de que este instrumento respondería al modelo típicamente andino de
órganos que se construían por entonces en aquella región.
No
sabemos si este órgano llegó a la chiquitanía en condiciones de funcionamiento;
pero aunque no fuera así, éste debe haber servido -obligadamente- como ejemplo
y como “matriz” para los instrumentos que luego Schmid construiría para las
iglesias de sus pueblos, ya que (según las palabras del jesuita) en las
misiones a las cuales estaba destinado no había órgano y éste sería, por lo
tanto, el primero que se conocería allí.
Muy
probablemente este instrumento fuera instalado por Schmid en la antigua iglesia
del pueblo de San Javier, su primer destino al llegar a tierra chiquitana. Este
órgano debe haber servido allí -por lo menos- hasta el año 1750, fecha
aproximada en que el jesuita construye una nueva iglesia y “un órgano más
grande”.
6. Schmid en Chiquitos; fabricante de iglesias y órganos
Ya en territorio chiquitano, y en
el espacio de 14 años -desde 1730 a 1744- Schmid no sólo aprendió a construir
órganos y todo tipo de instrumentos musicales para todas las reducciones
chiquitanas, sino a tocarlos y a enseñar su arte a los indios.
“Si soy
misionero, es porque canto, bailo y toco música. Sé que la promulgación del
Evangelio es una obra apostólica y la Sagrada Escritura dice: `Las palabras de
los que predican el Evangelio repercutirán hasta los confines del mundo (in fines
orbis terre)´. Vuestra Reverencia conoce también el siguiente pasaje de la
Sagrada Escritura que se encuentra en el mismo lugar: `In omnem terram exiit
sonum eorum´, que confirma lo que digo, pues me tomo la libertad de traducir
sonus con canto. Y yo canto, toco el órgano, la cítara , la flauta, la
trompeta, el salterio y la lira, tanto en modo mayor como en menor. Todas estas
artes musicales que antes desconocía en parte, ahora las practico y las enseño
a los hijos de los indígenas. Pero se preguntará Vuestra Reverencia: ¿Quién
construye los órganos, las cítaras, liras y trompetas ? Nadie sino el alto
Schmid. ¡ Hombre pobre, todo es trazas !
Aquí sabemos
más que en casa y podemos hacer más. ¿ Quién construiría casas, iglesias, y
pueblos enteros ? ¿ Quién fabricaría las herramientas necesarias, si el
misionero no se hiciera cargo de estos trabajos ? Se confirma el proverbio: la
práctica hace maestros. Todos nuestros pueblos resuenan ya con mis órganos. He
hecho un montón de instrumentos musicales de toda clase y he enseñado a los
indios a tocarlos. No transcurre ningún día sin que se cante en nuestras
iglesias. Hemos conseguido que gente que hasta hace poco aún vivía en la selva
virgen junto con animales salvajes y bramaba a porfía con tigres y leones, sepa
bastante bien alabar a su creador con cítaras y órganos, con bombos y bailes en
rueda”. Carta del 10 de octubre de 1744 al R. P. Schumacher S.J. despachada
desde San Rafael, reducción chiquita de la Provincia del Paraguay, y llegada a
Zug (Suiza) el 15 de febrero de 1747.
“Prescindiendo
de todo esto, mis superiores me encargaron todavía otros trabajos, a saber: la
enseñanza musical en estas reducciones, como también la fabricación de órganos
y otros instrumentos, para que los indios puedan cantar y aclamar a Dios con
júbilo, tañendo el arpa y el salterio. He empezado así, sin perder tiempo, a
enseñar a cantar a los muchachos indios que sabían ya leer; y a pesar de que no
había aprendido en Europa a construir violines y mucho menos órganos y nunca se
me había cruzado la idea de que tendría que hacerlo un día, me puse a fabricar
también toda clase de instrumentos. Por necesidad, y a causa de la falta de
gente competente llegué a dominar este arte. Hoy día todos nuestros pueblos
tienen su órgano, una cantidad de violines, violoncelos y contrabajos, hechos
todos de madera de cedro; tienen clavicordios, espinetas, arpas, chirimías,
etc., todos de mi fabricación, y he enseñado a los indios a tocarlos”. Carta
del 17 de octubre de 1744, escrita en San Rafael y dirigida al P. de la Orden
de Capuchinos Francisco Schmid, Baden, Suiza (llegó al lugar de destino el 15
de febrero de 1747).
En la
carta del 10 de octubre de 1744 Schmid dice “todos nuestros pueblos resuenan ya
con mis órganos”. En esa fecha los pueblos chiquitanos eran siete (San Javier,
Concepción, San Miguel, San Rafael, San José, San Juan y San Ignacio), por lo
tanto se puede pensar que Schmid había fabricado en sus primeros catorce años
en tierra chiquitana, al menos seis órganos. El instrumento llevado por él
desde Potosí sería el único órgano aplicado a las reducciones chiquitanas que
no fue construido allí mismo, en los talleres misionales.
Hacia
1740 Schmid es destinado a la reducción de San Rafael. Es en esta reducción
donde Schmid construyó -años más tarde, hacia 1747- su primera iglesia
enteramente nueva, dotándola de un órgano “nuevo y más grande que el viejo”.
“No sé si ya
les he escrito que he construido una nueva iglesia en el pueblo de San Rafael.
Quisiera que pudieran verla: Los dejaría asombrados y llenos de alegría, como
les sucedió a nuestros indios quienes dijeron, cuando la nueva iglesia se
terminó, que ahora irían a misa con mayor alegría y afán. (…)
Para esta
nueva y hermosa iglesia he construido también un órgano nuevo y más grande que
el viejo. No podéis imaginaros los bien que estos indios tocan el órgano y el
violín, qué bien aprendieron a cantar y cómo alaban y glorifican a su creador
en la Santa Misa. (…)
Después de terminar la nueva
iglesia en San Rafael, fui llamado al pueblo de San Javier para hacer allí una
obra parecida. Cumplí con la orden y pude mejorar algunos detalles; construí
también un órgano más grande, a gran satisfacción y alegría de los indios”. Carta
enviada desde la reducción de San Juan, en las misiones de los chiquitos, el 28
de setiembre de 1761, al ilustrísimo señor Francisco Silvano Schmid en Baar,
cerca de Zug.
Es
llamativo pensar que el órgano al que Schmid llama “viejo” tendría, como mucho,
17 años de antigüedad.
No
sabemos qué habrá sido de los órganos “viejos” cuando las nuevas iglesias
construidas por Schmid eran terminadas. Algunos habrán servido como órganos de
ordinario, otros tal vez fueran transferidos a otras iglesias de pueblos
vecinos y otros -tal vez- hayan sido simplemente desechados o reutilizados como
materia prima en favor de los nuevos instrumentos.
7. Inventario de los Órganos Existentes en las Reducciones al Momento
de la Expulsión de los Jesuitas (1767)
Datos tomados del libro de
Francisco Javier Brabo “Inventario de los bienes hallados en los pueblos de las
misiones, a la expulsión de los Jesuitas”, publicado en Madrid en 1782.
Pueblos del Uruguay:
San Borja: órgano uno.
Concepción: órgano, uno.
La Cruz: órgano uno.
San Javier: un órgano.
San Juan: un órgano.
San Lorenzo: un órgano, en
fábrica, con ciento catorce flautas.
Santos Mártires del Japón: un
órgano.
Pueblos del Paraná:
Santa Ana: un órgano grande.
San Ignacio Guazú: dos órganos.
San Ignacio Miní: dos órganos.
Itapúa: hay en medio de la
iglesia dos órganos, uno grande y otro pequeño.
Santa Rosa: dos órganos grandes
con sus cajones a modo de retablos, hermosamente adornados, con muchos
serafines y otras figuras que los circuyen.
Trinidad: dos órganos grandes y
uno pequeño que sirven (sirve en?) la procesión del Corpus. Una oficina de
hacer órganos y espinetas.
Pueblos del Gran Chaco:
Miraflores: en el coro un órgano
(al) que le faltan seis o siete flautas.
Pueblos de Chiquitos:
San Javier: un órgano grande y
dos chicos, con flautas de estaño.
San Rafael: un órgano grande con
flautas de estaño y algunas de palo; un órgano chico, con sus flautas de
estaño.
Santa Ana: un órgano con sus
cañones de estaño.
San Ignacio: dos órganos con sus
flautas de estaño.
San Miguel: dos órganos, el uno
grande y el otro pequeño, con flautas de estaño.
Ntra. Sra. de la Concepción: un
órgano.
Santo Corazón de Jesús: un órgano
mediano de iglesia.
San Juan: un órgano nuevo,
medianamente grande.
San José: tres órganos, dos
grandes y uno de ellos nuevo, y otro pequeño.
Pueblos de Mojos:
Santísima Trinidad: tres órganos
corrientes.
San Francisco Javier: dos
órganos.
San Pedro: dos órganos
corrientes, fuera de otro descompuesto.
Santa Ana: un órgano.
Santos Reyes: un órgano grande.
Santa María Magdalena: un órgano.
San Ignacio: tres órganos, dos
grandes y uno pequeño.
San Francisco de Borja: tres
órganos.
San Martín: un órgano pequeño.
San Joaquín: un órgano, con los
correspondientes libros de solfa.
Purísima Concepción: dos órganos,
el uno mayor que el otro.
Inventario de los bienes del pueblo de Santa Rosa |
Además de los instrumentos a los
cuales hace referencia Brabo, hemos hallado inventariados los siguientes, en
distintos libros correspondientes a los años 1768 y 1769 (Archivo General de la
Nación; Sala IX; Legajos 20.8.7; 22.6.3; 22.9.4.; 22.6.4; 22.8.2 7 22.8.4):
Pueblos del Río Uruguay:
Santos Mártires del Japón: un
órgano en la iglesia, y un órgano en la oficina de los músicos (Brabo sólo
refiere uno).
Ntra. Sra. de los Reyes del
Yapeyú: un órgano.
Santo Tomé: un órgano.
San Luis Gonzaga: órgano bueno.
San Lorenzo: en el almacén
principal … un órgano en fábrica con ciento catorce flautas; un órgano con sus
flautas de estaño, todo descompuesto (Brabo sólo refiere el primero).
Pueblos del Río Paraná:
San Carlos: un horgano con su
caja bien compuesta y tres angelitos y una estatua del Santo Rey David.
Corpus: hay órgano en la iglesia.
Ntra. Sra. de Loreto: un órgano.
Ntra. Sra. de Fée: un órgano.
Ntra. Sra. de la Candelaria: tres
órganos, dos grandes y uno portátil para las procesiones.
Santiago: un órgano.
De Jesús: órganos, dos.
San Cosme: un órgano.
Totales:
Río Uruguay: 7
Río Paraná: 11
Gran Chaco: 1
Chiquitos: 16
Mojos: 21
Agregados al inventario de Brabo:
Río Uruguay: 5
Río Paraná: 11
Total: 72
8. Desaparición de estos instrumentos
Lo primero que hay que aclarar es
que, sin duda, los instrumentos existentes en las misiones jesuíticas en el
momento del pleno florecimiento de aquellas, serían muchos más que los 72 que
fueron catalogados a la expulsión de los religiosos.
Sirva como ejemplo el hecho de
que en Yapeyú, o pueblo de los tres Reyes Magos, hacia el año de 1691 había dos
órganos, y tres años más tarde, en 1694 a estos se les sumó aquel instrumento
construido por Sepp en Itapúa. Mientras que en 1767, a la expulsión de los
Jesuitas, el inventario de bienes sólo da cuenta de la existencia de uno.
Lo mismo pudo haber ocurrido en
otros pueblos, con lo cual el número de instrumentos existentes en las
reducciones, en los años previos a la expulsión, debió haber sido
considerablemente mayor.
De
todos aquellos órganos sólo han llegado hasta nuestros días los restos
conservados en los pueblos de Santa Ana y Concepción -en Chiquitos- de los
cuales nos ocuparemos más adelante.
Qué ocurrió con todos los demás
instrumentos ?
Sólo podemos establecer algunas
hipótesis y hacer conjeturas sobre el destino final de aquellos órganos, la
verdad, tal vez nunca la sabremos.
Algunos instrumentos fueron,
luego de la expulsión, trasladados a otras iglesias vecinas, pertenecientes a
otras órdenes religiosas.
Vale de ejemplo lo ocurrido con
uno de los bellos órganos del pueblo de Santa Rosa.
Joaquín
Cevallos escribía esta misiva el 13 de septiembre de 1791 al entonces
Gobernador Intendente y Capitán General de Asunción:
“Hago presente y pongo en la superior noticia de V. S. que
los naturales de este pueblo hacen mucho duelo por la venta que se pretende
hacer del órgano de su iglesia a la del Convento de San Francisco de Villa
Rica, y a la verdad, seños, es quitar una alhaja de mucho adorno a esta iglesia
de Santa Rosa, pues, aunque al presente no estén al corriente los dos órganos,
fácil es su compostura por algún inteligente. Fuera de esto, el precio de
doscientos pesos en que lo tasó el Padre Cura Fray Manuel Fernández, del mismo
hábito, es muy ínfimo, pues los órganos según algunas personas que tiene
conocimiento sobre ellos, dicen son de excelente fábrica y valen cada uno lo
menos setecientos pesos de plata, cuya circunstancia me compele a dar cuenta a
V. S. para que, si lo tiene por conveniente, y de haber efecto la venta, se
digne antes mandar sujeto inteligente e imparcial, que tase uno y otro órgano,
porque me han informado que el uno es de más excelente obra”.
No
sabemos si la pretendida venta de uno de los dos órganos de la iglesia del
pueblo de Santa Rosa tuvo lugar o no, pero ya hemos visto que estos
instrumentos se contaban entre los más bellos de todas las reducciones
jesuíticas.
Un caso
parecido aconteció en la ciudad de Santa Fé con otro instrumento que fuera de
los jesuitas:
En la
Razón de los Libros y Cuadernos pertenecientes à los secuestrados à los
Regulares de la Compañía llamad de JHS, en el Colegio de la Ciudad de Santa
Fee, que se remiten al Señor Presidente de la Junta Municipal de ella Don Juan
Francisco de la Riva Herrera, se solicita la donación y asignación de un
órgano, en los siguientes términos:
“Muy Señor mío, haviendo representado el Dr. Don Miguel de
Escudero, Cura y Vicario de la Capilla de Ntra. Sra. del Rosario de Partido de
los Arroyos, que tenía noticia que entre los vienes que fueron de los
Regulares, se hallaba en esta que fue Iglesia de ellos un órgano sin aplicación
alguna hasta el presente, y que en atención á que este no hacía falta assí por
estar descompuesto, como porque en dicha Iglesia servía el que era de la
Capilla de San Roque de Naturales, y en la de su cargo no havía ninguno y hacía
notable falta para sus respectivas funciones, se le asignare y donare en la
misma conformidad que se havía hecho con las demás Parrochias, en cuia vista
con acuerdo del Señor Diputado eclesiástico se (donó?) dicho órgano con la
condición de que lo aprueve essa Superior Junta de aplicaciones, por cuio
motivo lo noticio a V. Sa. para que siendo esta aplicación de la aprobación de
essa Superior Junta, se digne comunicarmelo para que se proceda a la entrega
del órgano. Nuestro seños Qûê á V. Sa. muchos años. Santa Fé y Agosto (7?) de
1776.”
En efecto, el “órgano que se
hallava en el Choro” de la iglesia que fue de los Jesuitas expulsos, fue
finalmente aplicado a la “Capilla del Rosario en los Arroyos” a 12 de diciembre
de 1777.
Al parecer esto de “aplicar”
bienes que fueran de la Compañía de Jesús a otras iglesias y parroquias fue
cosa bastante común en los años posteriores a la expulsión de la orden en 1767.
Corrobora este hecho, no sólo la solicitud de que “se
le asignare y donare (el órgano) en la misma conformidad que se havía hecho con
las demás Parrochias”, sino también la existencia misma de una Junta
Superior de Aplicaciones.
No cabe duda de que muchos de los
instrumentos que estaban en las iglesias que fueron de los jesuitas fueron
también abandonados a su suerte, lo que terminó por derruirlos por completo.
Es sabido también, que durante
las guerras por la independencia, muchos órganos fueron despojados de sus caños
de metal, los cuales eran fundidos y utilizados para fabricar balas.
Así, por ejemplo, en abril de
1807 el organero Louis Joben es obligado a vender y remitir a Buenos Aires
desde la ciudad de Córdoba, veintidós arrobas de plomo para la fábrica de balas
de fusil y metralla, con el fin de atender las críticas circunstancias que
acontecían por entonces en la nación.
Más allá de todo esto, y de otros
accidentes y siniestros que pudieron haber causado la destrucción de otros
tantos instrumentos, creemos que la causa principal de la desaparición de
aquellos órganos se debe -más bien- a un fenómeno social.
En muchos países de Sudamérica,
durante los años posteriores al período independencista del primer cuarto del
siglo XIX, se vivió un cierto florecimiento económico que tuvo su punto
culminante hacia comienzos del siglo XX. Muchos países trataron de imitar
-culturalmente- a otras naciones de Europa o de Norteamérica.
Entonces, aquellas naciones que
gozaron de un marcado bienestar económico y que tuvieron el suficiente sustento
monetario como para seguir las nuevas modas venidas del Viejo Mundo, trataron
de borrar su pasado y todo aquello que pudiera ser considerado como
“anticuado”. Los órganos, desde luego, no serían la excepción en esta cacería.
En cambio, aquellos países que
quedaron a la zaga de esta “modernización”, de este “florecimiento económico”,
son los que cuentan hoy con un excepcional patrimonio cultural.
No es casualidad, por lo tanto,
que la mayor concentración de partituras e instrumentos musicales provenientes
del tiempo de la colonia hayan sobrevivido hasta nuestros días en naciones como
Bolivia y Perú.
Y no
nos referimos solamente al órgano, también se conservan en la región -entre
otros instrumentos musicales- varios salterios, arpas, claves y clavicordios.
Entre
estos instrumentos, destacan dos claves muy probablemente construidos durante
la segunda mitad del siglo XVIII, bajo la influencia de las escuelas italiana y
flamenca; estos se conservan hoy en el Museo del Convento de Santa Teresa
(Potosí) y en la Sala Virreinal del Museo de la Casa de la Libertad (Sucre),
ambos en Bolivia.
Izquierda: clave del Convento de Santa
Teresa (Potosí);
derecha: clave del Museo de la Casa de la
Libertad (Sucre)
También
en estas dos ciudades, en este caso en el Museo del Convento de Santa Clara
(Sucre) y en el Convento de Santa Mónica (Potosí), sobreviven dos
interesantísimos clavicordios que -tal como sucede con los dos claves antes
mencionados- parecen salidos del mismo taller.
Instrumentos
de este tipo aparecen, además, mencionados en los inventarios de los bienes que
pertenecieran a los jesuitas.
Clavicordio del Convento de Santa Mónica (Potosí) |
9. El órgano construido por Sepp en Itapúa
Vimos
ya cómo en 1694 el Padre Anton Sepp era enviado al pueblo de Itapua a
construir, según sus palabras, un órgano “al modo europeo”.
Lo
primero que habría que preguntarse es: qué consideraba Sepp que fuera el modo
europeo de construir órganos ? … Se refería al método o al resultado final ?
Los
pocos detalles técnicos que él brinda sobre su instrumento, parecen confirmar
que se trataba de esto último.
Por
empezar, dice él que un instrumento como el suyo -con grandes tubos de madera
de cedro, los que competían con los sonidos agudos de los tubos de estaño- era
algo totalmente desconocido hasta entonces en Paracuaria.
Del
mismo modo, da a entender que hasta ese momento no se conocían ni la pedalera
ni las reducciones de molinetes en esta región.
Cabe ahora
preguntarse: qué tipo de órgano existía en la Provincia Paracuaria hasta 1694 ?
… Cómo era el órgano europeo que Sepp encontró a su llegada al pueblo de los
Tres Reyes Magos en 1691 ?
Sobre
esto último, podemos concluir, por lo tanto, que aquel era de dimensiones
reducidas, carecía de tubos de madera, de pedalera e incluso de una reducción.
Todos estos detalles parecen indicar que el instrumento que los indios de
Yapeyú copiaron tan idénticamente que hasta el mismo Sepp llegó a confundirse,
bien pudo haber sido un modelo español del siglo XVI, similar a aquellos que se
generalizaron en la región de los Andes durante el siglo XVII, como veremos más
adelante.
Por lo
visto, Sepp consideraba a este tipo de instrumentos como “malo” o -al menos-
como “insatisfactorio”, ya que él mismo dice haber llegado a construir su
órgano en Itapua, ya que el pueblo de Yapeyú carecía (a pesar de contar con
esos dos instrumentos) de un “buen órgano”.
En una
cita que figura en su “Relación de Viaje” dice Sepp refiriéndose a unos
instrumentos musicales que el Padre Procurador había comprado en España:
“Asimismo me compró diversos instrumentos musicales
en España, entre ellos una espineta, un clavicordio, una trompa marina y varias
chirimías. Estos fueron terriblemente caros, comparados con los precios
alemanes; sin embargo, no sirven para nada. Todo esto lo ha pagado
gustosamente”.
Se
puede ver que los instrumentos españoles no gozaban precisamente de la estima
del Padre Antonio.
En
cuanto a la tubería, parece ser que el plan original de Sepp era construir
todos los tubos de metal, pero a su llegada a Itapua encontró que el metal era
insuficiente para fundir los tubos graves. Por eso tomó la mejor madera de
cedro y la unió con delgadas láminas de pergamino.
Nos
preguntamos si lo que en realidad hizo Sepp fue utilizar el pergamino para
tapar los poros de la madera que utilizó para obrar los tubos grandes. Ya que
el cedro se halla en abundancia en la región selvática donde Sepp fabricó su
órgano y no es demasiado problema el trozar la madera en largos y anchos
listones, no vemos la finalidad de unir pedazos pequeños de madera con
pergamino. Este, más bien, podría cumplir la doble finalidad de tapar los poros
y dar a los tubos de madera una apariencia más refinada, algo amarfilada si se
quiere.
Recordemos
que existen instrumentos de cámara que -al contar con tubos de madera en su
fachada- eran recubiertos estos con delgadas láminas de marfil de modo de
brindar una vista elegante (ej.: órgano Esaias Compenius, 1610;
Fredericksborg).
Los
tubos de madera estaban destinados a cubrir, al parecer, los dos registros más
graves del instrumento de Sepp: el Bordón de 16 pies, el cual respondía a la
pedalera, y el Principal de 8 pies -estimamos- para el manual.
Esto
hace suponer que el órgano era de dimensiones considerables, más grande que lo
común, ya que no era algo frecuente encontrar por estas tierras un instrumento
con tales registros. Sí en cambio, eran numerosos por entonces los órganos con
base en un Bordón de 8´ o un Principal de 4´.
Sepp
dice que su órgano no debía ser más grande que el de la Sala de la Congregación
de Ingolstadt. Lamentablemente nada sabemos de la existencia de aquel
instrumento. En la cercana ciudad de Nürnberg se conserva un órgano de cámara obrado
por Adam Ernst Reichard en 1727, el cual -si bien es un tanto pequeño y
limitado en cuanto a sus recursos- posee características técnicas que podrían
emparentarlo al de Sepp.
Órgano construido por Adam E. Reichard
(Germanisches Nationalmuseum, Nürnberg)
|
Otro
instrumento que podría guardar alguna similitud con aquel, es el llamado
“órgano italiano” (h. 1580) que se conserva en la Capilla Plateada de la
Iglesia de la Corte, en la ciudad de Innsbruck. Este instrumento tiene la
particularidad de contar con tubos de madera en su fachada.
Izquierda: órgano “italiano” (h. 1580) de la Capilla Plateada en la Iglesia de la Corte de Innsbruck;
derecha: detalle de los tubos de
fachada del órgano Esaias Compenius (1610) de Fredericksborg.
Los tubos agudos del órgano de
Sepp, es decir aquellos pertenecientes al juego de 4 pies y más pequeños aún
-que seguramente los hubo- estaban obrados en estaño. En realidad el metal que
Sepp utilizó para fundirlos fue el peltre, es decir, una aleación de zinc,
plomo y estaño.
Respecto a los mecanismos, además
de mencionar los alambres de hierro que estaban conectados a la cámara de aire,
Sepp dice que los presentes admiraron los registros que servían para disminuir
y aumentar el volumen de sonido a su plena potencia.
A primera vista, esto hace pensar
en un instrumento encerrado todo en una caja expresiva, pero nos atrevemos a
descartar por completo esta hipótesis. Si bien en algunos países de Europa,
como España o Francia, existían ya instrumentos con una pequeña sección “de
eco”, o sea, uno o pocos registros enclaustrados en una caja la cual se abría o
se cerraba mediante un rodillo, creemos que este mecanismo era desconocido por
Sepp o, al menos, no creemos que haya sido nuestro sacerdote justamente el primero en construir un órgano
enteramente expresivo.
Estimamos, en cambio, que se
refería éste -simplemente- a los tiradores de registro que sirven, en cualquier
instrumento, para callar o habilitar cada una de las hileras de tubos
cantantes.
Una vez más, Sepp deja ver
-entrelíneas- cómo el órgano europeo que él encontró en la reducción de los
Tres Reyes Magos podía haber sido, muy probablemente, un instrumento construido
en España a mediados del siglo XVI. Se sabe que el organero sevillano Sebastián
de León, por ejemplo, construyó para las catedrales de Cuzco, Lima y La Plata,
instrumentos del tipo blockwerk; los
cuales, tal como ocurría en el medioevo, no contaban con la posibilidad de
separar sus filas de tubos en registros, sino que estos sonaban en conjunto, en
bloque.
Finalmente, Sepp se refiere al tono
del órgano. Lamentablemente, el uso de la palabra templadura así como la descripción que hace respecto de la
“ventaja” con la que contaba este órgano, la cual era bien apreciada por los
“expertos organistas europeos”, no nos permite dilucidar si el sacerdote
tirolés se refería al diapasón o al temperamento aplicado a su instrumento.
Si se refiriera a lo primero,
podríamos concluir que el diapasón del órgano de Sepp sería más bien alto. Él
dice que éste concordaba con el de las Cornetas, Trompetas, Fagotes y
Chirimías, instrumentos éstos que debían transponer, las más de las veces, al
tocar juntamente con el órgano en las capillas musicales tanto en Europa como
en suelo americano.
A este respecto, nos dice Fray
Pablo Nassarre en su genial “Escuela Música” de 1724:
“Lib. IV. Cap. XVII. De los Instrumentos
flatulentos. (…) Practicanse muchos de ellos en las Iglesias, para mayor
armonía de la Musica, que compuesta con la variedad de Instrumentos
artificiales, y vozes naturales, la hazen mas armoniosa, y deleytable. Y como
vàn unidos con las vozes naturales, estan en el tono natural los mas; y solo
las Chirimias no lo estan, porque
estan ordinariamente punto alto, y es la razon, que el instrumento que toca la
parte del baxo de ellas, es el Sacabuche,
el qual Instrumento tiene mas longitud que otros, y fuera mas diforme en ella,
si estuviera en el tono natural; pues es propiedad de los Instrumentos
flatulentos, que quanto mas es su longitud, tanto mas son bajos de tono. Y por
ser menos la del Sacabuche, està
punto alto. Y las Chirimias lo estan
por conformarse en el tono con èl, aunque como estas son vozes agudas, no
fueran informes en tener mas longitud. Que en donde no ay quien toque el Sacabuche, se suple la parte del baxo con el Baxon; aunque es mas propio para Chirimias su baxo, por tener la voz mas clara que el Baxon, y con formarse mas en la claridad
del sonido, con las partes agudas”.
De
referirse la cita de Sepp al temperamento de su órgano, es decir a la repartición
de los semitonos comprendidos en la octava, entendemos que al decir aquel que
la templadura concordaba con la de
Cornetas, Trompetas, etc., significaría que el temperamento aplicado a los
tubos de su instrumento sería una suerte de entonación “justa”. Es decir, la
partición que se observaba al construir los instrumentos de viento que menciona
Sepp, en la cual los intervalos puros eran representados por fracciones tales
como las siguientes:
16/15 (Semitono)
9/8 (Tono)
6/5 (Tercera
Menor)
5/4 (Tercera
Mayor)
4/3 (Cuarta)
3/2 (Quinta)
2/1
(Octava)
Continúa Nassarre …
“Vnos
instrumentos de estos ay, que se forman los sonidos, y se dividen de graves en agudos, con la violencia, ò fuerça del pecho, de estos son las Trompetas, y otros semejantes. Pero ay
otros que tienen formados los puntos con ahugeros, los que se cierran, y abren
con los dedos, según es necessario para los puntos que quieren formar, como en
los Baxones, Chirimías, Flautas, y
otros muchos de los que son de madera. (…) No porque vayan abiertos se dexan de
suplir muchos con el pecho, que no los ay, y aun en los que tiene, ò se
levantan, ò abaxan de tono muchas vezes, según es necessario, lo qual le toca
al Musico el saber executar, con la propiedad que pide el caso. Si es mucho lo
que ha de subir de tono, se vale del punto mas alto, inmediato al que ha de
tocar; y si es mucho lo que se abaxa, se vale del mas baxo. Como sucede en
algunos Instrumentos, que si ha de hazer un punto bemolado donde no le ay, hiriendo con violencia del pecho el que
està mas abaxo, lo levanta un semitono.
Y otras vezes si ha de hazer algun sustenido en puesto donde no puede
comodamente, hiriendo el punto de arriba con mucha blandura, lo ajusta al tono. Otras vezes sucede aver de levantar
todos los puntos del Instrumento, una, ò dos comas, ò abaxarlos por razon de
ajustarse con el tono del Organo; y todo esto toca à la habilidad del Musico,
mas que no al Instrumento; pues consiste en la mas, ò menos violencia del
ayre.”
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