El Órgano en las Misiones Jesuitas (parte 1)

por Enrique Alejandro Godoy



Dos ángeles músicos al órgano (uno pulsa las teclas mientras que el otro acciona los fuelles);
esta escena, esculpida en alto relieve, puede verse en las ruinas del pueblo de Trinidad.


1. Introducción

En el siglo XVII, los jesuitas organizaron tierras de misión, de las cuales las del Paraguay llegaron a ser las más célebres de toda Hispanoamérica. Estas abarcaban el sur del Paraguay actual, noreste de Argentina y el sur del Brasil. Constituyeron estas poblaciones o “reducciones” una especie de imperio teocrático, que se extinguió poco después de la partida de sus fundadores, expulsados por Carlos III en 1767.

Entre las herramientas que utilizaron los misioneros para convertir a los indios al catolicismo, tuvo especial predilección la música; y el órgano -el más noble de todos, el fundamento de (…) toda música en general- fue el instrumento que más popularidad alcanzó en las reducciones.

El P. Jaime Oliver confirma la existencia de órganos en los pueblos guaraníes desde mediados o fines del siglo XVII.

Compartimos el criterio de Waldemar Axel Roldán en cuanto a que “si bien los testimonios de primera mano pueden contener errores, hasta el momento, son los que ofrecen mayor garantía de confiabilidad aun cuando quede en ellos la intencionalidad de los hombres que los promovieron”.

Por ello, en las líneas que siguen, y apoyándonos siempre en las referencias históricas brindadas por los mismos sacerdotes de la Compañía de Jesús, intentaremos reflexionar sobre los escasísimos datos técnicos conservados de los órganos que, se sabe, existían en gran número en las reducciones, colegios, estancias, etc., que se hallaban bajo su dirección.

En los primeros tiempos, los Padres Provinciales mandaron traer desde Europa varios instrumentos. Algunos de estos órganos fueron replicados por los indígenas, habilidosos copistas, con notable maestría.

Más tarde, algunos de los sacerdotes que llegaron a fines del siglo XVII y primera mitad del XVIII, gracias a sus conocimientos y -sobretodo- a su innata habilidad, pudieron llegar a fabricar sus propios instrumentos en los talleres que ellos mismos montaron en las misiones y enseñaron así su arte a los indios, quienes continuaron fabricando órganos y todo tipo de instrumentos musicales, incluso luego de la expulsión de la orden jesuita.

Entre estos misioneros destacan las figuras de Anton Sepp y Martin Schmid.

A ambos les fue encomendada la misma tarea: organizar la música en las reducciones. El primero fundó la escuela de música del pueblo de Yapeyú, en la ribera del río Uruguay, la cual llegó a ser célebre, y cuya fama trascendió la vida misma de su fundador; el segundo, tirolés al igual que Sepp, estableció escuelas musicales y talleres de fabricación de instrumentos en las misiones chiquitanas.

Tanto Sepp como Schmid llegaron a construir órganos, más por obediencia y por necesidad que por virtud.

También nos ocuparemos de la enorme figura de Domenico Zipoli, el compositor y organista más importante que haya vivido jamás en estas tierras. Sus obras eran copiadas y enviadas a todas las reducciones de la Provincia Paracuaria, e incluso llegaron a enviarse a lugares tan remotos del Virreinato como Potosí o Lima. Algunas de las piezas de Zipoli fueron copiadas -con toda seguridad- por Schmid a su paso por Córdoba y llegaron así a ser interpretadas, en forma ininterrumpida desde entonces y hasta el día de hoy, en las misiones chiquitanas.

Por último, pondremos nuestra atención sobre los vestigios sobrevivientes y los instrumentos -existentes aún- que más se aproximan a los órganos que debieron llenar las naves de las iglesias jesuitas durante su misión en tierra sudamericana.  

En todo caso, el fin último de estas líneas es intentar establecer el tipo de instrumento para el cual fueron concebidas las obras de teclado incluidas en este libro.


2. El Padre Antonio Sepp (1655-1733) y su actividad como organero

El padre jesuita tirolés Antonio Sepp arribó a Buenos Aires en 1691. A poco de su llegada a estas tierras, escribía con referencia a la formación de los indígenas: “ya nuestros antecesores han enseñado a esta gente -por lo demás muy sencilla pero muy hábil para practicar- no sólo la religión sino también a hacer su pan, comida y vestido, a pintar, fundir campanas, fabricar órganos e instrumentos músicos”.

Luego de permanecer unos días en el Colegio jesuítico de aquella ciudad, partió para la reducción de los Tres Reyes Magos, llamada Yapeyú por los indios. Un año después, había formado entre otros músicos ya a cuatro organistas.

Si Yapeyú se convierte en el siglo XVIII en un importante centro de la fabricación de instrumentos musicales, es por mérito del padre Sepp quien, según Matías Strobel “fue el primero que introdujo allí las arpas, trompetas, trombones, zampoñas, clarines y el órgano, conquistando con eso renombre imperecedero”.

En el capítulo V de su “Relación de Viaje” (1696), el padre Sepp anota con respecto a Yapeyú: “Tenemos dos órganos, de los cuales uno fue traído de Europa, mientras el otro ha sido hecho por los indios tan idénticamente, que al principio yo mismo me confundí, tomando el indígena por el europeo”.

En el capítulo XXXIV de su “Continuación de las Labores Apostólicas” (1701), Sepp escribe: “en el pueblo de Santo Tomás encontré a un músico que (…) no sólo repara viejos órganos sino que construye nuevos”.

En otro capítulo, en este caso el número I se la Segunda Parte, Sepp describe cómo la Santa Obediencia le ordena abandonar el pueblo de los Tres Reyes Magos para construir un órgano al estilo europeo:

“Ya había trabajado tres años en la viña de los Tres Reyes Magos; había escardado, plantado e injertado. Pero también de otros viñedos más remotos los viñadores apostólicos me mandaban gajos para que los transportara entre mis viejas y fértiles cepas; así producirían en lo futuro el mismo delicioso zumo de la vid. Para ser más preciso, había fundado en mi pueblo una escuela de música y enseñado con gran empeño durante tres años, no solamente a mis indios, sino también a los de otros pueblos. Me los enviaban hasta de las más remotas reducciones para que los instruyera no sólo en el canto sino también en la música instrumental. Les enseñaba a tocar el órgano, el arpa (la de dos coros de cuerdas), la tiorba, la guitarra, el violín, la chirimía y la trompeta. Es más, los he familiarizado también con el dulce salterio, y no sólo aprendieron a tocarlo, sino al final también a construirlo, como también otros instrumentos. En varias reducciones existen, hoy día, maestros indios que saben hacer de la vibrante madera de cedro un arpa de David, clavicordios, chirimías, fagotes y flautas: mis herreros han aprendido a fabricar los taladros que se necesitan para hacer las aberturas acústicas de los instrumentos de viento.

Sólo el más noble de todos, el fundamento de todos los instrumentos de arco o toda música en general, es decir un buen órgano, nos faltaba aún. Es cierto que los barcos que llegaron de España en el año 1700 trajeron un gran órgano a Buenos Aires, que había sido construido en los Países Bajos y costaba allí 1.000 táleros, pero aquí 5.000. Mas este instrumento no llegó hasta las reducciones, sino que quedó en el Colegio de Buenos Aires y nosotros nos quedamos con las ganas. Dado que carecíamos, pues, de un buen órgano para pregonar en nuestras iglesias la alabanza de Dios entre los pobres indios, el R. P. Provincial Lauro Núñez me dio la orden de construir uno al modo europeo. En mi pueblo de los Tres Reyes Magos no pude realizar el trabajo, pues carecía del material necesario; en cambio el Padre Francisco de Acevedo, en su reducción de Itapua, disponía de una cantidad considerable de plomo, estaño y alambre, todo lo que se necesita mayormente para construir un órgano. Fue necesario así que me mudara a Itapua para comenzar la obra, y de este modo me hice constructor de órganos, más bien por ciega obediencia que sobre la base de mis facultades.

El Padre Francisco Acevedo me dio muchas fuentes de peltre que él había comprado a españoles de aquí alrededor para fundirlas, pues otra clase de estaño no había; pero igual no alcanzaba para los grandes tubos principales y los bordones de 16 pies que se usan para los tonos bajos. Mi nuevo órgano no debía ser más grande que el de la sala de la Congregación de Ingolstadt, pero aún así no había suficiente estaño para fundir los tubos grandes. Entonces hice de necesidad virtud: tomé la mejor madera de cedro, la cual aquí abunda, la hice cortar en delgadas hojas, a las que uní y pegué con cola sobre un fino pergamino: les di altura, grosor y tamaño correspondientes y les desaté así la lengua. ¡ Oh milagro !, los cedros, antes secos y mudos, comenzaron a tintinear, a vibrar y a retumbar de tal manera que los misioneros y los indios en conjunto dieron un grito de asombro: “¡ Victoria, victoria, Padre Antonio!”.  

Así se expresan los españoles cuando quieren felicitarle a uno, como en latín se dice ¡ Vivat, Vivat ! Lo que más asombro les causó fue que vieron la madera de cedro, antes muda, asumir un lugar en el órgano y la escucharon competir con los sonidos agudos de los tubos de estaño, cual de los dos vibraba y retumbaba con más fuerza. Jamás se había escuchado algo semejante en Paracuaria.

Además no podían entender cómo también los toscos y gordos pies podían servir para tocar el órgano cual fieles compañeros que la naturaleza previsora dio a las manos. Al ver cómo yo hacía cantar el metal fundido y la fina madera de cedro tan vigorosamente con manos y pies, menearon la cabeza con asombro, pues no alcanzaban a entender cómo hacía para transmitir el hálito de vida a la tubería y la hacía hablar con los pies. Pero cuando más tarde les enseñé los alambres de hierro ocultos y comunicados con la cámara de aire, elogiaron y ponderaron la tubería viviente y vibrante: no conocían nada semejante en este país. Sobre todo admiraron los registros que servían para disminuir y aumentar el volumen del sonido a su plena potencia. Este órgano tenía además la ventaja de que su templadura concordaba con la de las cornetas, y por consiguiente también con la de las trompetas, fagotes y chirimías, lo que es de suma importancia. Los expertos organistas europeos saben apreciar esta ventaja. Así tenemos ahora un buen órgano que he construido con el aporte de mi pueblo y a la manera europea, el cual alaba y glorifica a los Tres Reyes Magos en nuestra iglesia hasta el día de hoy”.

En este último relato, la frase “sólo el más noble de todos, el fundamento de todos los instrumentos de arco o toda música en general, es decir un buen órgano, nos faltaba aún” parece contradecir las palabras del propio Sepp vertidas en el capítulo V de su “Relación de Viaje” en dónde él comentaba que a su llegada al pueblo de los Tres Reyes Magos se había encontrado con dos órganos, uno europeo y otro copiado de aquel por los indios.

Creemos que en realidad Sepp no está diciendo ahora que en su pueblo faltaba el órgano, sino que este carecía de un “buen órgano”. Con esto da a entender que los dos órganos existentes en Yapeyú con anterioridad al año de 1694 no eran buenos.

Al parecer, el órgano construido por Sepp en la reducción de Itapua, y que luego fue llevado y montado en la iglesia del pueblo de Yapeyú, contaba con pedalera y esta tenía -al menos- un registro propio: un Bordón de 16 pies. Suponemos que, por lo demás, el instrumento contaría con cinco o seis registros: probablemente una pirámide de principales desde su base de 8 pies hasta un lleno.

A la expulsión de los jesuitas, decretada en 1767, aún aparecía inventariado un órgano en la iglesia del pueblo de los Tres Reyes Magos, más no hay forma de saber si era o no el construido por el Padre Sepp.

Al final de su “Continuación …” Sepp nos deja una noticia sobre las entonces recientemente fundadas reducciones chiquitanas.

En el capítulo XXXVI de este libro, dice:

“Sobre todo quisiera informar al lector sobre una misión enteramente nueva en el territorio de naciones populosas, recién convertidas y hasta hace poco casi desconocidas, donde hemos fundado ya cinco reducciones. Me refiero a las tribus que los españoles llaman “chiquitos”, es decir, enanos, que viven en una zona vecina a Perú, a 500 millas de distancia de Paracuaria. El primer apóstol de estos indios paganos, R. P. José de Arce, quien les descubrió, y fundó los cinco pueblos, ha llegado hace poco a mi reducción de San Juan Bautista para visitarme, es decir el día 8 de agosto de 1701.

Me contó detalladamente el desarrollo feliz de esta misión, diciendo que en aquella región se podrían descubrir cada día nuevos pueblos inclinados a someterse al dulce yugo de Cristo si hubiera el número suficiente de misioneros. Se puede decir así con Cristo (Evangelio según San Lucas, cap. X): Messis quidem multa, operarii autem pauci, “la siembra está amarilla y madura para la siega, pero los segadores faltan”. Rogate ergo Dominum, pedid por lo tanto al Señor de las cosechas que no envíe más gente a Paracuaria. Espero poder redactar próximamente un informe verídico sobre la nueva misión del R. P. José de Arce en el territorio de los chiquitos y sobre la fundación de las primeras cinco reducciones cuyo número debe multiplicarse, para que miles y miles de paganos puedan ser bautizados. Enviaré el manuscrito con el próximo barco a Europa.

Lamento no poder participar personalmente en la nueva obra catequista, pues tengo mucho que hacer en mi pueblo. Pero trato de ayudar a los misioneros de allá enviándoles algunas dádivas, por ejemplo aproximadamente mil varas de tela fina de algodón y regalos de diversas mercaderías europeas como agujas, alfileres, cuchillos, anzuelos, etcétera. Hace seis meses que mis pintores hicieron tres retablos: uno de San Francisco Javier, el apóstol de la India, para la aldea que lleva su nombre, el otro para San Rafael y el tercero para el altar mayor de la nueva iglesia de Jesús María José. Les he ya despachado a las tres reducciones.”


3. Doménico Zipoli (1688-1726) en el Río de la Plata

En 1717 arriba a Buenos Aires la figura más destacada del extraordinario florecimiento musical en las misiones jesuíticas: el Hermano Domenico Zipoli (1688-1726) nacido en Prato, Toscana.

En 1716, Zipoli accede al puesto de organista de la iglesia del Iesú de Roma; ese mismo año publica sus “Sonate D´Intavolatura per Organo e Cimbalo”, mas, “cuando podía esperarse de él cosas mayores, lo sacrificó todo por la salvación de los indios, y se embarcó para el Paraguay”, escribía su compañero de viaje el padre Lozano.

Previamente, permaneció Zipoli nueve meses en Sevilla, en donde le fue ofrecido el puesto de Maestro de Capilla de la Catedral de aquella ciudad, puesto que rehusó pues su vocación lo llamaba al nuevo mundo.

Luego de realizar un descanso de quince días en el Colegio de la Compañía de Buenos Aires, partió hacia la ciudad de Córdoba en lenta carreta de bueyes. Al francés Berger sucedió el italiano Anesanti, y a éste, Domenico Zipoli, en el puesto de organista de la iglesia de los Jesuitas de aquella localidad.

De su ilustre actuación en Córdoba, quedan los numerosos comentarios de sus compañeros de Orden; en un memorial del Padre Provincial Laurencio Rillo, del 20 de marzo de 1728, leemos un párrafo dedicado, seguramente, a un discípulo del gran organista romano: “Aplíquese al órgano un Yndio llamado Joseph que aprendió en Córdova, de suerte que esta sea su quotidiana, continua y principal ocupación, y enseñe algún otro muchacho, y si hechare menos los papeles del Hno. Zipoli se podrá enviar a alguien que los traslade en el Yapeyú, en donde se le prestarán con liberalidad”.

Memorial del P. Laurencio Rillo del 20 de marzo de 1728

A los seis años de la muerte del músico, visitó el Padre Provincial Jerónimo Herrán el pueblo guaranítico de Santiago y, a 20 de febrero de 1732, dejaba esta lineas en su memorial: “Procúrese mejorar la música, que está muy falta de voces, especialmente de tiples, y de buenos instrumentos, y se atenderá a que aprendan y se ejerciten en las músicas del Hermano Domingo Zipoli, por ser las mejores”.

El Padre Julián Knogler, que fue en 1750 a la reducción chiquitana de San Javier, destaca que Zipoli, en su empeño por embellecer los oficios divinos con su arte, “se acomodó a las circunstancias” y elogia sus composiciones por ser fáciles pero agradables al oído, y “adecuadas para esta gente”.

El Padre Lozano, célebre historiador que conoció personalmente a Zipoli, escribe a mediados del siglo XVIII:

“Entre los estudiantes, el primero que pagó tributo a la naturaleza en 1726 fue Domingo Zipoli, natural de Prato, en la Etruria, habiendo ya terminado los tres años de teología pero no ordenado aún sacerdote, por no haber obispo para ordenar. Era peritísimo en la música, como lo demuestra un pequeño libro que dio a luz. (…) Dio gran solemnidad a las fiestas religiosas mediante la música, con no pequeño placer así de los españoles como de los neófitos, y todo ello sin descuidar los estudios en lo que hizo no pocos progresos, así en el estudio de la filosofía como en el de la teología. Enorme era la multitud de gentes que iba a nuestra iglesia con el deseo de oírle tocar tan hermosamente.”

Nota necrológica sobre Domenico Zipoli

El Padre Peramás decía, a fines del siglo XVIII: “Las vísperas duraban casi toda la tarde, eran muy del gusto de las religiones todas que asistían, principalmente cuando vivía el compositor, que era un hermano nuestro, teólogo, llamado Zipoli, maestro que fue en el Colegio Romano, de donde pasó a nuestra provincia”.

El mismo P. Peramás escribía en Faenza, en 1793, es decir, sesenta y siete años después del fallecimiento de Zipoli:

“En aquellas ciudades no había otra música que la de los siervos de los jesuitas. Habían ido a la Provincia desde Europa algunos sacerdotes excelentes en aquel arte, quienes enseñaron a los indios en los pueblos a cantar, y a los negros del Colegio a tañer instrumentos sonoros. Pero nadie en esto fue más ilustre, ni más cosas llevó a cabo, que Domenico Zipoli, otrora músico romano, a cuya armonía perfecta nada más dulce ni más trabajado podía anteponerse.

Mas, mientras componía diferentes composiciones para el Templo (que desde la misma ciudad principal de la América Meridional, Lima, le eran pedidas, enviándose a través de grandes distancias con mensajeros especiales) y mientras juntamente se dedicaba a los estudios más serios de las letras, murió con gran sentimiento de todos; y en verdad, que quien haya oído una sola vez algo de la música de Zipoli, apenas habrá alguna otra cosa que le agrade: algo así como si al que come miel, se le hace comer algún otro manjar y le resulta entonces molesto y no le agrada. Murió en Córdoba del Tucumán en 1726. Quedan de él sus obras”

Efectivamente, muchas de las obras que se hallaron hace ya algunos años en los archivos de las ciudades de Sucre y Concepción (Chiquitos) en Bolivia, son de su inequívoca autoría; otras, en cambio, deben catalogarse como anónimas, a pesar de llevar el sello musical de Zipoli.

Primera página de la Misa en Fa de Zipoli hallada en el archivo del ABNB (Sucre, Bolivia)
Nótese que lleva la inscripción “Se copió en Potossí / El Año de 1784”

En lo que respecta a la música para teclado, si bien no se especifica el autor, se hallan intercaladas en los volúmenes algunas obras de Zipoli correspondientes a sus “Sonate” de Roma. Llama la atención cómo algunas de estas obras varían notablemente respecto de su versión romana, respondiendo esto, sin duda, a una simplificación de la dificultad de ejecución a los fines didácticos.

Recordando las palabras del Padre Knogler, es evidente que Zipoli “se acomodó a las circunstancias” facilitando la interpretación de sus composiciones y haciéndolas de ese modo más “adecuadas para esta gente”, es decir los indios de las reducciones y los esclavos negros de los colegios, a quienes -en definitiva- iban destinadas sus obras.

Lamentablemente, poco se sabe sobre los instrumento que Zipoli debió de tañer en suelo americano.

El primero cuyas teclas pulsó, debe haber sido el órgano flamenco que, según Sepp, arribó a Buenos Aires el año de 1700 y que fuera instalado en la iglesia del Colegio de esta ciudad.

Ya en Córdoba, Zipoli debió disponer de un buen órgano en la iglesia del Colegio Máximo de aquella ciudad, donde -según palabras del P. Lozano- “enorme era la multitud de gentes que iba (…) con el deseo de oírle tocar tan hermosamente”.

Ya que el Hermano Domingo Zipoli permaneció unos ocho años en Córdoba, es de suponer que debió de tañer otros instrumentos, además del que se hallaba en el Colegio Máximo. Por ejemplo, se sabe que el Colegio de Montserrat poseía, en 1767, dos órganos portátiles, y hasta en la Ranchería de la Candelaria, dependiente de dicho Colegio, debió de haber un órgano, ya que en 1772 uno de sus moradores “Pedro, organista, de 40 años, fue vendido a Gaspar Salcedo”. Hasta la reducción de San Francisco de Río Cuarto, según declaraba el señor Alcalde a 29 de noviembre de 1774, tenía un órgano en su iglesia, pero en 1770 el organista fugó y el órgano quedó huérfano. Por ser más fácil se empeñaba el señor Cura Ferreira en que dos indiecitos aprendieran a tocar.

La Catedral de Córdoba tuvo en el siglo XVII varios organistas distinguidos tales como Andrés Pérez de Arce, Salvador López de Melo y Francisco de Alba. Hacia fines del siglo XVIII se hallaba al servicio de esta iglesia “un mulato, Mateo, organista, como de 40 años”. Además, era un negro, José Teodoro, quien tocaba el órgano en San francisco, en 1777, y era un esclavo del organista de la Iglesia de la Merced, en 1783.

Al parecer, también había órganos en las capillas de las estancias jesuíticas que se hallaban en las cercanías de la ciudad de Córdoba; así, por ejemplo, se conservaba -al menos hasta el año 1946- un instrumento en una de ellas. En aquel año, el P. Guillermo Furlong S. J. daba esta noticia: “fuera del órgano de la Iglesia de Alta Gracia no conocemos instrumento alguno musical de origen guaraní que haya llegado hasta nosotros”. Desgraciadamente, hoy día ese órgano ya no existe.    


4. El Padre Martin Schmid (1694-1772) en Córdoba

El Padre Martin Schmid, nacido en Baar (Suiza) en 1694, ingresó al noviciado en 1717 y en 1726 fue destinado a la Provincia Paracuaria. Llegó al Río de la Plata el 19 de abril de 1729 y después de una breve estadía en Buenos Aires, fue enviado a las misiones de Chiquitos con el encargo de sus superiores de organizar allí la música.

El P. Schmid, en su viaje de Buenos Aires a la chiquitanía, realizó un descanso de dos meses en Córdoba, de fines de julio a fines de septiembre de aquel mismo año.

El Colegio Jesuítico de aquella ciudad era el más grande de la Provincia Paracuaria, más de cien personas vivían en él. Sus estancias eran mucho más extensas que las del Colegio de Buenos Aires y el número de sus esclavos pasaba los mil.

Los papeles de música del Hermano Domenico Zipoli estaban allí, y sin duda el Padre Schmid debe haber aprovechado su tiempo copiando las obras de éste y de otros autores.

El P. Julián Knogler, que fue veinte años más tarde que Schmid al pueblo de San Javier, relata que se cantaban sobre todo composiciones de un Hermano, quien, antes de entrar en la Compañía de Jesús había sido “uno de los más famosos organistas de Roma”; no dice su nombre, pero ya sabemos de quien se trata.

El P. Peramás, en su biografía del P. Mesner, colaborador de Schmid, dice que éste copiaba los papeles de música que el padre Schmid le entregaba, y menciona luego el material “traído del centro de la Provincia”, es decir, de Córdoba.


5. Schmid en Potosí; encargo de un órgano con destino a la Chiquitanía

A su paso por la ciudad de Potosí, entre los meses de febrero y abril de 1730, el P. Schmid encargó -conforme a las instrucciones del Padre Provincial- un órgano de seis registros para llevar consigo a las misiones chiquitanas.

“Como las reducciones chiquitanas, a las cuales somos enviados, no tienen todavía órganos y los habitantes saben poco del arte musical, me hice construir aquí, conforme a las instrucciones del Padre Provincial, un órgano de seis registros que voy a llevar conmigo. Tengo orden de dar lecciones de música a los indios, pues la experiencia enseña que la música no solo ayuda a convertir a los infieles, sino que contribuye también para educarlos en una mayor constancia y fervor religiosos”. Carta enviada desde Chuquisaca, el 18 de mayo de 1730 al Hermano Francisco Silvano en Baar.

No cabe duda de que este instrumento respondería al modelo típicamente andino de órganos que se construían por entonces en aquella región.

No sabemos si este órgano llegó a la chiquitanía en condiciones de funcionamiento; pero aunque no fuera así, éste debe haber servido -obligadamente- como ejemplo y como “matriz” para los instrumentos que luego Schmid construiría para las iglesias de sus pueblos, ya que (según las palabras del jesuita) en las misiones a las cuales estaba destinado no había órgano y éste sería, por lo tanto, el primero que se conocería allí.

Muy probablemente este instrumento fuera instalado por Schmid en la antigua iglesia del pueblo de San Javier, su primer destino al llegar a tierra chiquitana. Este órgano debe haber servido allí -por lo menos- hasta el año 1750, fecha aproximada en que el jesuita construye una nueva iglesia y “un órgano más grande”.


6. Schmid en Chiquitos; fabricante de iglesias y órganos

Ya en territorio chiquitano, y en el espacio de 14 años -desde 1730 a 1744- Schmid no sólo aprendió a construir órganos y todo tipo de instrumentos musicales para todas las reducciones chiquitanas, sino a tocarlos y a enseñar su arte a los indios.

“Si soy misionero, es porque canto, bailo y toco música. Sé que la promulgación del Evangelio es una obra apostólica y la Sagrada Escritura dice: `Las palabras de los que predican el Evangelio repercutirán hasta los confines del mundo (in fines orbis terre)´. Vuestra Reverencia conoce también el siguiente pasaje de la Sagrada Escritura que se encuentra en el mismo lugar: `In omnem terram exiit sonum eorum´, que confirma lo que digo, pues me tomo la libertad de traducir sonus con canto. Y yo canto, toco el órgano, la cítara , la flauta, la trompeta, el salterio y la lira, tanto en modo mayor como en menor. Todas estas artes musicales que antes desconocía en parte, ahora las practico y las enseño a los hijos de los indígenas. Pero se preguntará Vuestra Reverencia: ¿Quién construye los órganos, las cítaras, liras y trompetas ? Nadie sino el alto Schmid. ¡ Hombre pobre, todo es trazas !

Aquí sabemos más que en casa y podemos hacer más. ¿ Quién construiría casas, iglesias, y pueblos enteros ? ¿ Quién fabricaría las herramientas necesarias, si el misionero no se hiciera cargo de estos trabajos ? Se confirma el proverbio: la práctica hace maestros. Todos nuestros pueblos resuenan ya con mis órganos. He hecho un montón de instrumentos musicales de toda clase y he enseñado a los indios a tocarlos. No transcurre ningún día sin que se cante en nuestras iglesias. Hemos conseguido que gente que hasta hace poco aún vivía en la selva virgen junto con animales salvajes y bramaba a porfía con tigres y leones, sepa bastante bien alabar a su creador con cítaras y órganos, con bombos y bailes en rueda”. Carta del 10 de octubre de 1744 al R. P. Schumacher S.J. despachada desde San Rafael, reducción chiquita de la Provincia del Paraguay, y llegada a Zug (Suiza) el 15 de febrero de 1747.

“Prescindiendo de todo esto, mis superiores me encargaron todavía otros trabajos, a saber: la enseñanza musical en estas reducciones, como también la fabricación de órganos y otros instrumentos, para que los indios puedan cantar y aclamar a Dios con júbilo, tañendo el arpa y el salterio. He empezado así, sin perder tiempo, a enseñar a cantar a los muchachos indios que sabían ya leer; y a pesar de que no había aprendido en Europa a construir violines y mucho menos órganos y nunca se me había cruzado la idea de que tendría que hacerlo un día, me puse a fabricar también toda clase de instrumentos. Por necesidad, y a causa de la falta de gente competente llegué a dominar este arte. Hoy día todos nuestros pueblos tienen su órgano, una cantidad de violines, violoncelos y contrabajos, hechos todos de madera de cedro; tienen clavicordios, espinetas, arpas, chirimías, etc., todos de mi fabricación, y he enseñado a los indios a tocarlos”. Carta del 17 de octubre de 1744, escrita en San Rafael y dirigida al P. de la Orden de Capuchinos Francisco Schmid, Baden, Suiza (llegó al lugar de destino el 15 de febrero de 1747).

En la carta del 10 de octubre de 1744 Schmid dice “todos nuestros pueblos resuenan ya con mis órganos”. En esa fecha los pueblos chiquitanos eran siete (San Javier, Concepción, San Miguel, San Rafael, San José, San Juan y San Ignacio), por lo tanto se puede pensar que Schmid había fabricado en sus primeros catorce años en tierra chiquitana, al menos seis órganos. El instrumento llevado por él desde Potosí sería el único órgano aplicado a las reducciones chiquitanas que no fue construido allí mismo, en los talleres misionales.

Hacia 1740 Schmid es destinado a la reducción de San Rafael. Es en esta reducción donde Schmid construyó -años más tarde, hacia 1747- su primera iglesia enteramente nueva, dotándola de un órgano “nuevo y más grande que el viejo”.

“No sé si ya les he escrito que he construido una nueva iglesia en el pueblo de San Rafael. Quisiera que pudieran verla: Los dejaría asombrados y llenos de alegría, como les sucedió a nuestros indios quienes dijeron, cuando la nueva iglesia se terminó, que ahora irían a misa con mayor alegría y afán. (…)

Para esta nueva y hermosa iglesia he construido también un órgano nuevo y más grande que el viejo. No podéis imaginaros los bien que estos indios tocan el órgano y el violín, qué bien aprendieron a cantar y cómo alaban y glorifican a su creador en la Santa Misa. (…)

Después de terminar la nueva iglesia en San Rafael, fui llamado al pueblo de San Javier para hacer allí una obra parecida. Cumplí con la orden y pude mejorar algunos detalles; construí también un órgano más grande, a gran satisfacción y alegría de los indios”. Carta enviada desde la reducción de San Juan, en las misiones de los chiquitos, el 28 de setiembre de 1761, al ilustrísimo señor Francisco Silvano Schmid en Baar, cerca de Zug.

Es llamativo pensar que el órgano al que Schmid llama “viejo” tendría, como mucho, 17 años de antigüedad. 

No sabemos qué habrá sido de los órganos “viejos” cuando las nuevas iglesias construidas por Schmid eran terminadas. Algunos habrán servido como órganos de ordinario, otros tal vez fueran transferidos a otras iglesias de pueblos vecinos y otros -tal vez- hayan sido simplemente desechados o reutilizados como materia prima en favor de los nuevos instrumentos. 


7. Inventario de los Órganos Existentes en las Reducciones al Momento de la Expulsión de los Jesuitas (1767)

Datos tomados del libro de Francisco Javier Brabo “Inventario de los bienes hallados en los pueblos de las misiones, a la expulsión de los Jesuitas”, publicado en Madrid en 1782.

Pueblos del Uruguay:

San Borja: órgano uno.
Concepción: órgano, uno.
La Cruz: órgano uno.
San Javier: un órgano.
San Juan: un órgano.
San Lorenzo: un órgano, en fábrica, con ciento catorce flautas.
Santos Mártires del Japón: un órgano.

Pueblos del Paraná:

Santa Ana: un órgano grande.
San Ignacio Guazú: dos órganos.
San Ignacio Miní: dos órganos.
Itapúa: hay en medio de la iglesia dos órganos, uno grande y otro pequeño.
Santa Rosa: dos órganos grandes con sus cajones a modo de retablos, hermosamente adornados, con muchos serafines y otras figuras que los circuyen.
Trinidad: dos órganos grandes y uno pequeño que sirven (sirve en?) la procesión del Corpus. Una oficina de hacer órganos y espinetas.

Pueblos del Gran Chaco:

Miraflores: en el coro un órgano (al) que le faltan seis o siete flautas.

Pueblos de Chiquitos:

San Javier: un órgano grande y dos chicos, con flautas de estaño.
San Rafael: un órgano grande con flautas de estaño y algunas de palo; un órgano chico, con sus flautas de estaño.
Santa Ana: un órgano con sus cañones de estaño.
San Ignacio: dos órganos con sus flautas de estaño.
San Miguel: dos órganos, el uno grande y el otro pequeño, con flautas de estaño.
Ntra. Sra. de la Concepción: un órgano.
Santo Corazón de Jesús: un órgano mediano de iglesia.
San Juan: un órgano nuevo, medianamente grande.
San José: tres órganos, dos grandes y uno de ellos nuevo, y otro pequeño.

Pueblos de Mojos:

Santísima Trinidad: tres órganos corrientes.
San Francisco Javier: dos órganos.
San Pedro: dos órganos corrientes, fuera de otro descompuesto.
Santa Ana: un órgano.
Santos Reyes: un órgano grande.
Santa María Magdalena: un órgano.
San Ignacio: tres órganos, dos grandes y uno pequeño.
San Francisco de Borja: tres órganos.
San Martín: un órgano pequeño.
San Joaquín: un órgano, con los correspondientes libros de solfa.
Purísima Concepción: dos órganos, el uno mayor que el otro.




Inventario de los bienes del pueblo de Santa Rosa

Además de los instrumentos a los cuales hace referencia Brabo, hemos hallado inventariados los siguientes, en distintos libros correspondientes a los años 1768 y 1769 (Archivo General de la Nación; Sala IX; Legajos 20.8.7; 22.6.3; 22.9.4.; 22.6.4; 22.8.2 7 22.8.4):

Pueblos del Río Uruguay:

Santos Mártires del Japón: un órgano en la iglesia, y un órgano en la oficina de los músicos (Brabo sólo refiere uno).
Ntra. Sra. de los Reyes del Yapeyú: un órgano.
Santo Tomé: un órgano.
San Luis Gonzaga: órgano bueno.
San Lorenzo: en el almacén principal … un órgano en fábrica con ciento catorce flautas; un órgano con sus flautas de estaño, todo descompuesto (Brabo sólo refiere el primero).

Pueblos del Río Paraná:

San Carlos: un horgano con su caja bien compuesta y tres angelitos y una estatua del Santo Rey David.
Corpus: hay órgano en la iglesia.
Ntra. Sra. de Loreto: un órgano.
Ntra. Sra. de Fée: un órgano.
Ntra. Sra. de la Candelaria: tres órganos, dos grandes y uno portátil para las procesiones.
Santiago: un órgano.
De Jesús: órganos, dos.
San Cosme: un órgano.

Totales:

Río Uruguay: 7
Río Paraná: 11
Gran Chaco: 1
Chiquitos: 16
Mojos: 21

Agregados al inventario de Brabo:

Río Uruguay: 5
Río Paraná: 11

Total: 72 


8. Desaparición de estos instrumentos

Lo primero que hay que aclarar es que, sin duda, los instrumentos existentes en las misiones jesuíticas en el momento del pleno florecimiento de aquellas, serían muchos más que los 72 que fueron catalogados a la expulsión de los religiosos.

Sirva como ejemplo el hecho de que en Yapeyú, o pueblo de los tres Reyes Magos, hacia el año de 1691 había dos órganos, y tres años más tarde, en 1694 a estos se les sumó aquel instrumento construido por Sepp en Itapúa. Mientras que en 1767, a la expulsión de los Jesuitas, el inventario de bienes sólo da cuenta de la existencia de uno.

Lo mismo pudo haber ocurrido en otros pueblos, con lo cual el número de instrumentos existentes en las reducciones, en los años previos a la expulsión, debió haber sido considerablemente mayor.

De todos aquellos órganos sólo han llegado hasta nuestros días los restos conservados en los pueblos de Santa Ana y Concepción -en Chiquitos- de los cuales nos ocuparemos más adelante.

Qué ocurrió con todos los demás instrumentos ?

Sólo podemos establecer algunas hipótesis y hacer conjeturas sobre el destino final de aquellos órganos, la verdad, tal vez nunca la sabremos.

Algunos instrumentos fueron, luego de la expulsión, trasladados a otras iglesias vecinas, pertenecientes a otras órdenes religiosas.

Vale de ejemplo lo ocurrido con uno de los bellos órganos del pueblo de Santa Rosa.

Joaquín Cevallos escribía esta misiva el 13 de septiembre de 1791 al entonces Gobernador Intendente y Capitán General de Asunción:

“Hago presente y pongo en la superior noticia de V. S. que los naturales de este pueblo hacen mucho duelo por la venta que se pretende hacer del órgano de su iglesia a la del Convento de San Francisco de Villa Rica, y a la verdad, seños, es quitar una alhaja de mucho adorno a esta iglesia de Santa Rosa, pues, aunque al presente no estén al corriente los dos órganos, fácil es su compostura por algún inteligente. Fuera de esto, el precio de doscientos pesos en que lo tasó el Padre Cura Fray Manuel Fernández, del mismo hábito, es muy ínfimo, pues los órganos según algunas personas que tiene conocimiento sobre ellos, dicen son de excelente fábrica y valen cada uno lo menos setecientos pesos de plata, cuya circunstancia me compele a dar cuenta a V. S. para que, si lo tiene por conveniente, y de haber efecto la venta, se digne antes mandar sujeto inteligente e imparcial, que tase uno y otro órgano, porque me han informado que el uno es de más excelente obra”.

No sabemos si la pretendida venta de uno de los dos órganos de la iglesia del pueblo de Santa Rosa tuvo lugar o no, pero ya hemos visto que estos instrumentos se contaban entre los más bellos de todas las reducciones jesuíticas.

Un caso parecido aconteció en la ciudad de Santa Fé con otro instrumento que fuera de los jesuitas:

En la Razón de los Libros y Cuadernos pertenecientes à los secuestrados à los Regulares de la Compañía llamad de JHS, en el Colegio de la Ciudad de Santa Fee, que se remiten al Señor Presidente de la Junta Municipal de ella Don Juan Francisco de la Riva Herrera, se solicita la donación y asignación de un órgano, en los siguientes términos:

“Muy Señor mío, haviendo representado el Dr. Don Miguel de Escudero, Cura y Vicario de la Capilla de Ntra. Sra. del Rosario de Partido de los Arroyos, que tenía noticia que entre los vienes que fueron de los Regulares, se hallaba en esta que fue Iglesia de ellos un órgano sin aplicación alguna hasta el presente, y que en atención á que este no hacía falta assí por estar descompuesto, como porque en dicha Iglesia servía el que era de la Capilla de San Roque de Naturales, y en la de su cargo no havía ninguno y hacía notable falta para sus respectivas funciones, se le asignare y donare en la misma conformidad que se havía hecho con las demás Parrochias, en cuia vista con acuerdo del Señor Diputado eclesiástico se (donó?) dicho órgano con la condición de que lo aprueve essa Superior Junta de aplicaciones, por cuio motivo lo noticio a V. Sa. para que siendo esta aplicación de la aprobación de essa Superior Junta, se digne comunicarmelo para que se proceda a la entrega del órgano. Nuestro seños Qûê á V. Sa. muchos años. Santa Fé y Agosto (7?) de 1776.”         

En efecto, el “órgano que se hallava en el Choro” de la iglesia que fue de los Jesuitas expulsos, fue finalmente aplicado a la “Capilla del Rosario en los Arroyos” a 12 de diciembre de 1777.

Al parecer esto de “aplicar” bienes que fueran de la Compañía de Jesús a otras iglesias y parroquias fue cosa bastante común en los años posteriores a la expulsión de la orden en 1767. Corrobora este hecho, no sólo la solicitud de que “se le asignare y donare (el órgano) en la misma conformidad que se havía hecho con las demás Parrochias”, sino también la existencia misma de una Junta Superior de Aplicaciones.

No cabe duda de que muchos de los instrumentos que estaban en las iglesias que fueron de los jesuitas fueron también abandonados a su suerte, lo que terminó por derruirlos por completo.

Es sabido también, que durante las guerras por la independencia, muchos órganos fueron despojados de sus caños de metal, los cuales eran fundidos y utilizados para fabricar balas.

Así, por ejemplo, en abril de 1807 el organero Louis Joben es obligado a vender y remitir a Buenos Aires desde la ciudad de Córdoba, veintidós arrobas de plomo para la fábrica de balas de fusil y metralla, con el fin de atender las críticas circunstancias que acontecían por entonces en la nación.

Más allá de todo esto, y de otros accidentes y siniestros que pudieron haber causado la destrucción de otros tantos instrumentos, creemos que la causa principal de la desaparición de aquellos órganos se debe -más bien- a un fenómeno social.

En muchos países de Sudamérica, durante los años posteriores al período independencista del primer cuarto del siglo XIX, se vivió un cierto florecimiento económico que tuvo su punto culminante hacia comienzos del siglo XX. Muchos países trataron de imitar -culturalmente- a otras naciones de Europa o de Norteamérica.

Entonces, aquellas naciones que gozaron de un marcado bienestar económico y que tuvieron el suficiente sustento monetario como para seguir las nuevas modas venidas del Viejo Mundo, trataron de borrar su pasado y todo aquello que pudiera ser considerado como “anticuado”. Los órganos, desde luego, no serían la excepción en esta cacería.

En cambio, aquellos países que quedaron a la zaga de esta “modernización”, de este “florecimiento económico”, son los que cuentan hoy con un excepcional patrimonio cultural.

No es casualidad, por lo tanto, que la mayor concentración de partituras e instrumentos musicales provenientes del tiempo de la colonia hayan sobrevivido hasta nuestros días en naciones como Bolivia y Perú.            

Y no nos referimos solamente al órgano, también se conservan en la región -entre otros instrumentos musicales- varios salterios, arpas, claves y clavicordios.

Entre estos instrumentos, destacan dos claves muy probablemente construidos durante la segunda mitad del siglo XVIII, bajo la influencia de las escuelas italiana y flamenca; estos se conservan hoy en el Museo del Convento de Santa Teresa (Potosí) y en la Sala Virreinal del Museo de la Casa de la Libertad (Sucre), ambos en Bolivia.
























Izquierda: clave del Convento de Santa Teresa (Potosí);
derecha: clave del Museo de la Casa de la Libertad (Sucre)


También en estas dos ciudades, en este caso en el Museo del Convento de Santa Clara (Sucre) y en el Convento de Santa Mónica (Potosí), sobreviven dos interesantísimos clavicordios que -tal como sucede con los dos claves antes mencionados- parecen salidos del mismo taller.

Instrumentos de este tipo aparecen, además, mencionados en los inventarios de los bienes que pertenecieran a los jesuitas.

Clavicordio del Convento de Santa Mónica (Potosí)


9. El órgano construido por Sepp en Itapúa

Vimos ya cómo en 1694 el Padre Anton Sepp era enviado al pueblo de Itapua a construir, según sus palabras, un órgano “al modo europeo”.

Lo primero que habría que preguntarse es: qué consideraba Sepp que fuera el modo europeo de construir órganos ? … Se refería al método o al resultado final ?

Los pocos detalles técnicos que él brinda sobre su instrumento, parecen confirmar que se trataba de esto último.

Por empezar, dice él que un instrumento como el suyo -con grandes tubos de madera de cedro, los que competían con los sonidos agudos de los tubos de estaño- era algo totalmente desconocido hasta entonces en Paracuaria.

Del mismo modo, da a entender que hasta ese momento no se conocían ni la pedalera ni las reducciones de molinetes en esta región.

Cabe ahora preguntarse: qué tipo de órgano existía en la Provincia Paracuaria hasta 1694 ? … Cómo era el órgano europeo que Sepp encontró a su llegada al pueblo de los Tres Reyes Magos en 1691 ?

Sobre esto último, podemos concluir, por lo tanto, que aquel era de dimensiones reducidas, carecía de tubos de madera, de pedalera e incluso de una reducción. Todos estos detalles parecen indicar que el instrumento que los indios de Yapeyú copiaron tan idénticamente que hasta el mismo Sepp llegó a confundirse, bien pudo haber sido un modelo español del siglo XVI, similar a aquellos que se generalizaron en la región de los Andes durante el siglo XVII, como veremos más adelante.

Por lo visto, Sepp consideraba a este tipo de instrumentos como “malo” o -al menos- como “insatisfactorio”, ya que él mismo dice haber llegado a construir su órgano en Itapua, ya que el pueblo de Yapeyú carecía (a pesar de contar con esos dos instrumentos) de un “buen órgano”.

En una cita que figura en su “Relación de Viaje” dice Sepp refiriéndose a unos instrumentos musicales que el Padre Procurador había comprado en España:

“Asimismo me compró diversos instrumentos musicales en España, entre ellos una espineta, un clavicordio, una trompa marina y varias chirimías. Estos fueron terriblemente caros, comparados con los precios alemanes; sin embargo, no sirven para nada. Todo esto lo ha pagado gustosamente”.

Se puede ver que los instrumentos españoles no gozaban precisamente de la estima del Padre Antonio.

En cuanto a la tubería, parece ser que el plan original de Sepp era construir todos los tubos de metal, pero a su llegada a Itapua encontró que el metal era insuficiente para fundir los tubos graves. Por eso tomó la mejor madera de cedro y la unió con delgadas láminas de pergamino.

Nos preguntamos si lo que en realidad hizo Sepp fue utilizar el pergamino para tapar los poros de la madera que utilizó para obrar los tubos grandes. Ya que el cedro se halla en abundancia en la región selvática donde Sepp fabricó su órgano y no es demasiado problema el trozar la madera en largos y anchos listones, no vemos la finalidad de unir pedazos pequeños de madera con pergamino. Este, más bien, podría cumplir la doble finalidad de tapar los poros y dar a los tubos de madera una apariencia más refinada, algo amarfilada si se quiere.

Recordemos que existen instrumentos de cámara que -al contar con tubos de madera en su fachada- eran recubiertos estos con delgadas láminas de marfil de modo de brindar una vista elegante (ej.: órgano Esaias Compenius, 1610; Fredericksborg).

Los tubos de madera estaban destinados a cubrir, al parecer, los dos registros más graves del instrumento de Sepp: el Bordón de 16 pies, el cual respondía a la pedalera, y el Principal de 8 pies -estimamos- para el manual.

Esto hace suponer que el órgano era de dimensiones considerables, más grande que lo común, ya que no era algo frecuente encontrar por estas tierras un instrumento con tales registros. Sí en cambio, eran numerosos por entonces los órganos con base en un Bordón de 8´ o un Principal de 4´.

Sepp dice que su órgano no debía ser más grande que el de la Sala de la Congregación de Ingolstadt. Lamentablemente nada sabemos de la existencia de aquel instrumento. En la cercana ciudad de Nürnberg se conserva un órgano de cámara obrado por Adam Ernst Reichard en 1727, el cual -si bien es un tanto pequeño y limitado en cuanto a sus recursos- posee características técnicas que podrían emparentarlo al de Sepp.

Órgano construido por Adam E. Reichard
(Germanisches Nationalmuseum, Nürnberg)

Otro instrumento que podría guardar alguna similitud con aquel, es el llamado “órgano italiano” (h. 1580) que se conserva en la Capilla Plateada de la Iglesia de la Corte, en la ciudad de Innsbruck. Este instrumento tiene la particularidad de contar con tubos de madera en su fachada.




















Izquierda: órgano “italiano” (h. 1580) de la Capilla Plateada en la Iglesia de la Corte de Innsbruck;
derecha: detalle de los tubos de fachada del órgano Esaias Compenius (1610) de Fredericksborg.


Los tubos agudos del órgano de Sepp, es decir aquellos pertenecientes al juego de 4 pies y más pequeños aún -que seguramente los hubo- estaban obrados en estaño. En realidad el metal que Sepp utilizó para fundirlos fue el peltre, es decir, una aleación de zinc, plomo y estaño.

Respecto a los mecanismos, además de mencionar los alambres de hierro que estaban conectados a la cámara de aire, Sepp dice que los presentes admiraron los registros que servían para disminuir y aumentar el volumen de sonido a su plena potencia.

A primera vista, esto hace pensar en un instrumento encerrado todo en una caja expresiva, pero nos atrevemos a descartar por completo esta hipótesis. Si bien en algunos países de Europa, como España o Francia, existían ya instrumentos con una pequeña sección “de eco”, o sea, uno o pocos registros enclaustrados en una caja la cual se abría o se cerraba mediante un rodillo, creemos que este mecanismo era desconocido por Sepp o, al menos, no creemos que haya sido nuestro sacerdote  justamente el primero en construir un órgano enteramente expresivo.       

Estimamos, en cambio, que se refería éste -simplemente- a los tiradores de registro que sirven, en cualquier instrumento, para callar o habilitar cada una de las hileras de tubos cantantes.

Una vez más, Sepp deja ver -entrelíneas- cómo el órgano europeo que él encontró en la reducción de los Tres Reyes Magos podía haber sido, muy probablemente, un instrumento construido en España a mediados del siglo XVI. Se sabe que el organero sevillano Sebastián de León, por ejemplo, construyó para las catedrales de Cuzco, Lima y La Plata, instrumentos del tipo blockwerk; los cuales, tal como ocurría en el medioevo, no contaban con la posibilidad de separar sus filas de tubos en registros, sino que estos sonaban en conjunto, en bloque.

Finalmente, Sepp se refiere al tono del órgano. Lamentablemente, el uso de la palabra templadura así como la descripción que hace respecto de la “ventaja” con la que contaba este órgano, la cual era bien apreciada por los “expertos organistas europeos”, no nos permite dilucidar si el sacerdote tirolés se refería al diapasón o al temperamento aplicado a su instrumento.

Si se refiriera a lo primero, podríamos concluir que el diapasón del órgano de Sepp sería más bien alto. Él dice que éste concordaba con el de las Cornetas, Trompetas, Fagotes y Chirimías, instrumentos éstos que debían transponer, las más de las veces, al tocar juntamente con el órgano en las capillas musicales tanto en Europa como en suelo americano.

A este respecto, nos dice Fray Pablo Nassarre en su genial “Escuela Música” de 1724:

Lib. IV. Cap. XVII. De los Instrumentos flatulentos. (…) Practicanse muchos de ellos en las Iglesias, para mayor armonía de la Musica, que compuesta con la variedad de Instrumentos artificiales, y vozes naturales, la hazen mas armoniosa, y deleytable. Y como vàn unidos con las vozes naturales, estan en el tono natural los mas; y solo las Chirimias no lo estan, porque estan ordinariamente punto alto, y es la razon, que el instrumento que toca la parte del baxo de ellas, es el Sacabuche, el qual Instrumento tiene mas longitud que otros, y fuera mas diforme en ella, si estuviera en el tono natural; pues es propiedad de los Instrumentos flatulentos, que quanto mas es su longitud, tanto mas son bajos de tono. Y por ser menos la del Sacabuche, està punto alto. Y las Chirimias lo estan por conformarse en el tono con èl, aunque como estas son vozes agudas, no fueran informes en tener mas longitud. Que en donde no ay quien toque el Sacabuche, se suple la parte del baxo con el Baxon; aunque es mas propio para Chirimias su baxo, por tener la voz mas clara que el Baxon, y con formarse mas en la claridad del sonido, con las partes agudas”.

De referirse la cita de Sepp al temperamento de su órgano, es decir a la repartición de los semitonos comprendidos en la octava, entendemos que al decir aquel que la templadura concordaba con la de Cornetas, Trompetas, etc., significaría que el temperamento aplicado a los tubos de su instrumento sería una suerte de entonación “justa”. Es decir, la partición que se observaba al construir los instrumentos de viento que menciona Sepp, en la cual los intervalos puros eran representados por fracciones tales como las siguientes:

16/15 (Semitono)
9/8 (Tono)
6/5 (Tercera Menor)
5/4 (Tercera Mayor)
4/3 (Cuarta)
3/2 (Quinta)
2/1 (Octava)  

Continúa Nassarre …


“Vnos instrumentos de estos ay, que se forman los sonidos, y se dividen de graves en agudos, con la violencia, ò fuerça del pecho, de estos son las Trompetas, y otros semejantes. Pero ay otros que tienen formados los puntos con ahugeros, los que se cierran, y abren con los dedos, según es necessario para los puntos que quieren formar, como en los Baxones, Chirimías, Flautas, y otros muchos de los que son de madera. (…) No porque vayan abiertos se dexan de suplir muchos con el pecho, que no los ay, y aun en los que tiene, ò se levantan, ò abaxan de tono muchas vezes, según es necessario, lo qual le toca al Musico el saber executar, con la propiedad que pide el caso. Si es mucho lo que ha de subir de tono, se vale del punto mas alto, inmediato al que ha de tocar; y si es mucho lo que se abaxa, se vale del mas baxo. Como sucede en algunos Instrumentos, que si ha de hazer un punto bemolado donde no le ay, hiriendo con violencia del pecho el que està mas abaxo, lo levanta un semitono. Y otras vezes si ha de hazer algun sustenido en puesto donde no puede comodamente, hiriendo el punto de arriba con mucha blandura, lo ajusta al tono. Otras vezes sucede aver de levantar todos los puntos del Instrumento, una, ò dos comas, ò abaxarlos por razon de ajustarse con el tono del Organo; y todo esto toca à la habilidad del Musico, mas que no al Instrumento; pues consiste en la mas, ò menos violencia del ayre.”     


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